La primera década del siglo XXI nos deja una cinematografía liberada de las ataduras aristotélicas. El posmodernismo, irónicos y descreído, es el signo distintivo de esta época. Un reto para los creadores, el público y los críticos.
En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX surgió una serie de filósofos como Gottlob Frege, George Boole y Bertrand Russell, que por primera vez en 23 siglos cuestionaron la tradición de la lógica fundada por Aristóteles. Dejar atrás las premisas aristotélicas permitió a nuestra civilización revolucionar la astronomía, las matemáticas, la lingüística, la psicología, crear las computadoras, y un largo etcétera. Si esos lógicos geniales no hubiesen confrontado a Aristóteles nuestra civilización se hubiese quedado estancada. Es por eso estimulante ver que cien años después, justamente en nuestros días, se empiezan a demoler muchas de las reglas que Aristóteles estableció para la representación de las historias.
La poética
En su “Organon”, Aristóteles delineo las leyes de la lógica y en su “Poética” las leyes de la representación teatral (heredadas luego por el cine). Una de las leyes más poderosas que planteo fue la del sentido de la credibilidad. Aristóteles decía que para que una representación funcione, el público debía creer en lo que estaba viendo.
El gran reto seria entonces “ser verdadera aun en la falsead manifiesta” (como ocurriría, por ejemplo, con una película fantástica o de ciencia ficción, que escapando del realismo resulta “verosímil”).
Lo inverosímil
Tras ver “Slumdog Millionaire” (Danny Boyle, 2008) o “Bastardos sin gloria” (Quentin Tarantino, 2009), es evidente que la regla de la verosimilitud esta siendo cuestionada. Los narradores, con la complicidad del público, se recrean justamente en lo inverosímil de sus historias. Ese posmodernismo descreído e irónico que esta marcando nuestra civilización permite, precisamente, que le esencia de un relato este en el subtexto y no en lo “creíble” de su superficie. Otro dogma aristotélico es que la narración debe ser un orden creado que debe dar sentido, coherencia y cierta seguridad al espectador. Planteo una estructura que culminaba con una catarsis que resolvía el conflicto desarrollado durante la representación. “Mullholland Drive” (David Lynch, 2001) deshace totalmente la estructura y se olvida de la catarsis, además no brinda coherencia ni seguridad al espectador.
Ruptura de género
Otra de las preocupaciones de Aristóteles fue la “integridad del genero”, por lo cual cada genero –un drama o una comedia- tiene reglas que deben ser respetadas por el narrador y reconocidas por el espectador. No se imagino que aparecerían películas como “Los abrazos rotos” (Pedro Almodóvar, 2009), quien fusiona el llamado “cine negro” con el melodrama y lo sazona todo con dramaturgia de altura y humor. Mas aun, Aristóteles nunca pudo imaginar que aparecerían cintas como “Elephant” (Gus van Sant, 2003), quien se olvida de la estructura aristotélica para reemplazarla por la estructura musical de la sonata, cargando así de lirismo un relato absolutamente brutal (el asesinato de jóvenes escolares a manos de uno de ellos). Aristóteles daba importancia al gran relato –en el posmodernismo, sin certezas ni verdades absolutas- eso es algo totalmente prescindible. En nuestros días, por eso, tiene tanta fuerza el relato reciclado y reinterpretado de múltiples maneras. Tal como sucedió con la novela de Virginia Wolf, “reciclada” en “Las horas” (Stephen Daldry, 2002), por la que Nicole Kidman gano un Oscar.
Reto critico
En los próximos años, por supuesto, seguiremos viendo grandes películas en la tradición aristotélica (Scorsese, Eastwood, Haneke), pero me atrevería a pronosticar que lo más fascinante saldrá de aquellos directores que transgredan las reglas clásicas. Ese será el gran reto. Esto también esta dado para todos aquellos comentaristas de cine con pretensiones de ser reconocidos como críticos. Es importante que dejen de lado su fundamentalismo por la puesta en escena y se preocupen por las estructuras, la dramaturgia, la fusión de géneros y los códigos posmodernos. Mediante este aprendizaje podrán construir marcos conceptuales propios para legitimar la subjetividad de sus opiniones. De no hacerlo, corren el riesgo de quedar tan rezagados como la lógica aristotélica.
Tomado de: Antonio Fortunic, “La gran revolución del cine”, en “El Comercio”, 27 de diciembre del 2009, El Dominical, pp. 14
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