El hombre lluvia, el cielo y la tierra es un recorrido sensorial por la selva y sus imágenes. La lluvia es el punto de partida de una indagación que enhebra nociones de territorio y representación en las culturas amazónicas.
En algunas regiones de la Amazonía uno viaja sobre el arte: las canoas shipibas suelen estar cubiertas de atractivas líneas pirograbadas. Es decir, suelen estar cubiertas por diseños trabajados en fuego. Agua, fuego, utilidad, arte; los opuestos se confunden. Y fluyen, cada pueblo de la Amazonía posee características culturales muy diferenciadas, pero, curiosamente, existe un principio mítico común: la idea de que en cierto momento todas las criaturas, y también las piedras y las cosas, eran seres humanos. Y todos nos comunicábamos y vivíamos en abundancia.
Pero algo (como suele suceder) se rompió y cada cual adquirió un cuerpo diferente y un idioma distinto. Y ahora, para poder volver a vivir bien, debemos encontrar maneras de restablecer esa comunicación.
El arte es una de ellas. Y por eso la cultura material de la Amazonía incide en el hecho de que las cosas “tienen también su humanidad”. O como nos los explica Luisa Elvira Belaunde –curadora de la muestra junto a Gredna Landolt y Armando Williams-: “una canasta tiene que cargar, pero para que lo haga necesita un espíritu cargador”.
¿Y cómo se consigue un espíritu cargador? Mediante un antiguo ritual de cantos e invocaciones durante la fabricación y, sobre todo, mediante la gracia singular que se le imprime al objeto. Una gracia que tiene de asombro, de fascinación y de alegría.
La lluvia es también una persona
La lluvia es lo que une al cielo, el suelo y el subsuelo. Y es también lo que une, a través de los ríos, los distintos lugares. La muestra parte de esa doble cualidad convocadora y se plantea como un viaje: un recorrido sensorial, sugestivo, por tres diferentes percepciones de la selva.
1) La selva como un territorio habitado: la selva como un paisaje que respira. 2) La selva como proveedora de todos los materiales con los que las personas hacen su vida. (Una vida que ha sido de óptima claridad. Y que podría seguir siéndolo si no fuera por la larga historia de explotación que viene sufriendo la región). 3) La selva como hogar. Es decir, la selva como un espacio de encuentro entre las personas y los “dueños” de esa selva. ¿Qué o quién son los “dueños”?. Pues básicamente los espíritus que habitan o protegen todas y cada una de las cosas de la selva, y que a veces la ceden para que la gente pueda continuar y construya una relación armoniosa con la naturaleza.
Una historia
“Miramos el agua como una persona”, así empieza la historiadora mítica que le contó Nawhiri Canchari, del pueblo Shawi, a Gredna Landlot. Y así prosigue: “Por donde ella andaba caía lluvia, hacia bien a las plantas, a los animales y a los insectos. Pero también hacia perjuicio al hombre para hacer su chacra, para cazar y pescar. El hombre lluvia hubiese estado con nosotros hasta ahora, pero Kumpanamá lo mato y de su carne sembraron y de allí nació el pijuayo, una palmera que es útil para la humanidad y que hasta ahora es una persona importante…”
La lógica es implacable: en una escuela vegetal los profesores son plantas. O como nos lo explican Landolt y Belaunde, “para la mayoría de los pueblos amazónicos el hombre no es el centreo del conocimiento: el conocimiento está en las plantas, y en sus espíritus. Por eso les llaman plantas maestras”. Evidentemente, la ciencia occidental recibe todos los aportes (anestesias, insecticidas, etc.) que este conocimiento ancestral brinda. Pero parece que no lo agradece demasiado.
Territorios mutilados
El tema de fondo de esta muestra no solo es pertinente; tiene absoluto carácter de urgencia. Es así de simple: si el Perú moderno no entiende la relación que los pueblos amazónicos poseen con su territorio, nunca podrá llegar a acuerdos económicos que beneficien a todos; que brinde prosperidad y paz.
Explica Belaunde: Así como el cuerpo de la gente que vive en la ciudad que esta constituido por los alimentos que adquiere en una transacción comercial – en una tienda o mercado- , en la Amazonía el cuerpo de las personas esta constituido por animales y las plantas que lo “rodean”. Por eso el territorio para ellos es también el cuerpo. Y por eso la cosa no es tan simple como ir y decirles que tienen que mudarse. O dicho de otro modo: “Para ellos el territorio no es una mercancía”.
Tomado de: Digo Otero, “El lugar es el cuerpo”, en “El Comercio”, 18 de octubre del 2009, El Dominical, pp. 9
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