“La gente cree que soy un yonqui. ¡Y hace 30 años que dejé las drogas!”
Keith Richards tiene un pie en la tumba desde los años 70, cuando se hacían apuestas sobre lo que duraría vivo. Pero supero su adicción a todo tipo de estupefacientes y ahora, a los 66 años, casado y padre de cinco hijos, publica “Vida” (Global Rhythm Press/Ediciones Península), una autobiografía salvaje y políticamente incorrecta. Con un sentido del humor vitriólico, el guitarrista de los Rolling Stones repasa sus problemas con las mujeres, las drogas y la justicia. Y no deja títere con cabeza, empezando por Mick Jagger, “el picha floja”.
Pero antes de esas vidas tuve una infancia que transcurrió en Dartford, Londres, donde nací en 1943. Según mi madre, ocurrió durante un bombardeo. Mi madre creía que mudándonos allí íbamos a un lugar más seguro; pero es donde estaban las fabricas de armamento Vickers-Armstrong (o sea, una diana). Una bomba impactó en nuestra calle. El artefacto fue dando tumbos por la acera y se cargó a todo el mundo a ambos lados de nuestra casa. Un par de ladrillos aterrizaron en mi cuna; Hitler andaba detrás de mí. El mundo está dividido en pringados y matones. Los niños me atacaban cuando volvía a casa del colegio. Tarde o temprano, a todos nos acaba zurrando. Me recuerdo haciendo el trayecto hasta la escuela; uno chillaba como un poseso: “¡Mamá, no, que noooo!”. Iba a rastras y pataleando, pero iba. Mi abuelo Gus me enseñó a tocar la guitarra. Era una guitarra española clásica. Recuerdo el olor. Cuando abro la funda de una guitarra vieja, me entran ganas de meterme dentro y cerrar la tapa. Gus me decía: “Si consigues tocar Malagueña, puedes con cualquier cosa”. A los 11 años, me metí en el coro del colegio. Los otros chicos se burlaban: “Así que eres un modosito, ¿eh?”. A mí me daba igual porque el coro era genial: ibas a Londres y te librabas de las clases. A los 13, me cambio la voz y me echaron. Además, me hicieron repetir curso. Estaba tan furioso que el deseo de venganza me quemaba por dentro. Si quieres forjar un rebelde, ésa es la manera. Se acabaron los cortes de pelo, cualquier cosa con tal de molestar. Buscaba que me echasen del colegio. Pero me aterrorizaba la idea de tener que enfrentarme a mi padre. Cuando se enfadaba, hacia como si no existías. Te sentías invisible. La sola idea de darle un disgusto a mi padre, todavía hoy, hace que se me salten las lágrimas.
Mick Jagger y yo nos conocimos porque vivíamos muy cerca e íbamos a la misma escuela. Peor entonces me mudé a la otra punta de la ciudad. Un lugar desolado, lleno de ratas, junto al manicomio. Yo iba en bici. Aquello estaba lleno de desertores y vagabundos. El primer disparo que recibí en mi vida se lo debo a uno de esos cabrones: un balín en el culo. En 1961 coincidí con Mick en la estación de Dartford. Si te metes en un vagón de tren con un tío que lleva bajo el brazo discos de Chuk Berry y Muddy Waters, es amor a primera vista. Eran un tesoro. Yo, con suerte, podía comprarme dos o tres singles cada seis meses. Para llegar a ser guitarrista, tienes que empezar con la acústica y luego pasar a la eléctrica: sólo porque seas capaz de arrancarle a una eléctrica los típicos “uiii” “uaaa” y cuatro trucos, eso no te convierte en el próximo Hendrix. Mi primer amplificador fue una radio: desmonte el trasto. Me pasaba el día soldando y recableando detrás del amplificador. Me electrocute un montón de veces porque siempre se me olvidaba desenchufarlo antes. Me había esperando la vida esperando hacer el servicio militar. Y de repente, justo antes de cumplir los 17, en 1960, anunciaron que se había acabado. Los chicos de mi edad nos quedamos aturdidos. Ya había forma de salir de aquel laberinto, de las casas de protección oficial. Si hubiera ido al Ejército, a estas alturas ya seria general: cuando me pongo, me pongo. Así que fui a la escuela de arte. Pero un día los profesores te mandan a una entrevista de trabajo y ya sabes lo que te espera: tres o cuatro sabelotodos con pajaritas: “ Keith, verdad? Bueno, a ver que nos has traído – tú sacas tu carpeta y le enseñas tus trabajos-. Mmmm… Yo diría que le vamos a echar un vistazo con calma, Keith. Por cierto, ¿haces bien el té?”. Le conteste que sí, pero no para él, me largué con mi carpeta y la tiré a una papelera. Fue mi último intento de incorporarme a la sociedad. En realidad, lo que necesitaba era una excusa para que me empujaran hacia la música.
Formamos un grupo y nos dieron nuestro primer bolo. Brian Jones Telefoneo a una revista y le preguntaron cómo nos llamábamos…Nos quedamos mirándonos los unos a los otros. Y la llamada costaba una pasta. ¡La primera canción de The best of Muddy Waters es Rollin`Stone. Gracias a no pensárnoslo, nos ahorramos seis peniques. Luego llego Satisfaction, la canción que nos catapultó. La compuse mientras dormía. No tenía idea de que la había compuesto, me di cuenta gracias a la grabadora porque recordaba que había puesto una cinta nueva la noche anterior. Así que la rebobine y ahí estaba: sólo era un bosquejo. Luego también había 40 minutos de ronquidos. Mick escribió la letra. Yo solía crear la canción y la idea general y Mick hacia que sonara interesante. Durante las primeras giras por EE.UU. los barres de carretera eran una aventura. Metete en un local de camioneros de Texas y verás. Entrabas, veías a aquellos chicarrones y advertías que no ibas a disfrutar de una apacible comida. Nos llamaban “nenas” porque llevábamos el pelo largo: “¿Nenas, bailáis?”. El pelo, una de esas menudencias en las que nadie piensa, pero que cambian culturas enteras. Es difícil recomponer el periodo de finales de los 60 porque nadie tenía claro que estaba pasando: había mucha energía por todas partes, pero nadie sabía qué hacer con ella. No habría surgido una canción como Street fighting man sin la guerra de Vietnam. Y luego se convirtió en una historia de “nosotros contra ellos”. Yo no me habría podido imaginar jamás que al imperio británico le diera por meterse con unos músicos. ¿Dónde está la amenaza? ¿Tienes ejércitos y te da por atacar a unos trovadores? La veda de los Stones se había levantado también en los EE. UU. Éramos, según Nixon, el grupo de rock más peligroso del mundo. Y llegaron los arrestos. Yo solía creer en la ley y el orden, pensaba que Scotland Yard era incorruptible: ¡me trague el cuento! Los polis con los que me topé me enseñaron de qué iba en realidad. ¿Qué tenían en la redada de Redlands? Algo de speed que Mick había comprado y poco más. Y, como encontraron unas colillas de porro en un cenicero, el juez me llamo “escoria” y “cerdo”. Fui condenado a 12 meses. Con los Beatles ya no se podían meter porque los habían condecorado, asi que nos toco a nosotros la crucifixión. Pero sólo pase un día en la cárcel. Más problemas con la justicia. En el sur de EE.UU. Nos detuvieron con un montón de droga encima, pero no nos podían registrar hasta que llegase nuestro abogado. Así que estábamos en los aseos de comisaria, intentando deshacernos de toda la mierda. Yo me quite de encima el hachís y la hierba, pero no había manera de que se fueran calería abajo porque se había atascado el retrete, así que ahí me tienes, tirando de la cadena como un loco. Pero nuestro abogado era muy bueno y nos libramos. Nos lo pasamos muy bien. En cierta ocasión, Brian, su novia Anita Pallenberg y yo cruzamos la frontera española en un Bentley azul y cuando llegamos a Barcelona nos fuimos a un tablao flamenco en las Ramblas. Esa parte de la ciudad era un poco áspera y, cuando salimos de madrugada, nos encontramos con que se había montado una buena bronca: había gente lañando cosas al Bentley. Apareció la policía y cuando me quise dar cuenta estaba metido en un juicio en plena noche. Había un banco larguísimo con por lo menos ciento tíos en fila (yo era el último). Entonces aparecieron unos policías, porra en mano, que empezaron a arrearles en la cabeza. Supuse que a mí me iban a dar, pero no, la cosa quedo en una multa de aparcamiento. Al día siguiente salimos hacia Valencia, solos Anita y yo. Nunca en mi vida he dado el primer paso para enrollarme con una mujer. Me quedo sin palabras. Así que Anita movió ficha. Yo no podía entrarle a la chica de mi amigo. Pero en el asiento trasero de aquel Bentley, en algún lugar entre Barcelona y Valencia, Anita y yo nos miramos: la presión era bestial. Era febrero y en España ya había llegado la primavera. Recuerdo el olor de los naranjos. Anita y yo nos convertimos en pareja y, con el tiempo, empezamos a consumir heroína. ¿Por qué me drogaba? Creo que tiene que ver con subirse a un escenario: los niveles de adrenalina son tan altos que requieren un antídoto. A mí nunca me gusto ser famoso y, si estaba ciego, me resultaba más sencillo enfrentarme a la gente. También sentía que lo hacía para no sentirme una “estrella de pop”. Me costaba mucho lidiar con eso. Mick eligió los halagos, que son como el jaco: una evasión de la realidad. La mayoría de los yonquis acaban idiotas. Fue eso lo que me hizo dar vuelta. “¿seré capaz de no ser tan cretino? ¿Qué coño hago aquí con estos colgados?” Nadie se convierte en un héroe por el hecho de meterse droga, más bien si consigues dejarla. Al final sólo te relacionabas con otros yonquis. Yo necesitaba ampliar horizontes. Además, Anita estaba embarazada, así que había llegado el momento de desengancharse. Decidimos que nos iríamos a Suiza. El mono es un horror. El cuerpo se te pone del revés durante tres días. Van a ser los teres días más largos de tu vida y te vas a preguntar por qué te haces esas cosas a ti mismo cuando podrías seguir con tu vida de estrella del rock con pasta de sobra. En cambio, allí estás: potando y subiéndote `por las paredes. Ahí es donde un hombre razonable dice “estoy enganchado”, pero eso no impide que un hombre razonable vuelva a meterse.
Estaba de gira en parís cuando me dieron la noticia de la muerte de mi hijo Tara con sólo dos meses, lo habían encontrado muerto en la cuna. Me llamaron cuando estaba preparándome para un concierto: “Siento mucho comunicarle que…”. Es como si te pegaran un tiro. No cancelé el concierto. Habría sido peor. ¿Qué iba a hacer? ¿Quedarme en la habitación del hotel volviéndome loco? Llamé a Anita, que estaba hecha un mar de lágrimas. Al pobre cabroncete nunca llegue a conocerlo, o apenas; debí de cambiarle el pañal dos veces. Fue un fallo respiratorio, muerte súbita. No creo que fuera culpa de Anita. Pero marcharme de gira cuando era un recién nacido es algo que nunca me perdonare. Es como si hubiese desertado. Y aquello no hizo sino erosionar aún más nuestra relación y provocó que Anita se adentrara en el abismos del miedo y la paranoia. Perder a un hijo es lo peor. Poco a poco van aflorando las posibilidades truncadas con ese niño. Y te persigue durante el resto de tus días. Tara vive dentro de mí, pero ni siquiera sé donde está enterrado el pequeñajo. Del asunto entre Mick y Anita tardé en enterarme, pero me la olía. Sobre todo por Mick, cuyo comportamiento no levantaba la menor sospecha, algo muy sospechoso. Nunca espere nada de Anita. Al fin y al cabo, yo se la había levantado a Brian. No soy demasiado celoso. Nunca tuve la intención de atarla en corto. Pero aquello abrió una brecha entre Mick y yo. No era la primera vez que competíamos por una mujer. Era una pelea de machos alfa. Todavía lo es… En cualquier caso ella no se lo paso demasiado bien con el pequeño picha floja. Mick se pasaba el día en Studio 54 de Nueva York, que no era de mi gusto: una discoteca con decoración emperifollada, abarrotada de maricones en bóxer. Lo raro es que conociera a Patti Hansen, mi actual esposa, en Studio 54. Corría el año 1979. Y uno de los colegas de Patti se acerca y nos cuenta que es el cumpleaños de una amiga suya. “¿De cuál?”, le pregunto yo, y me señala una rubia preciosa que estaba bailando. “¡Dom Pérignon ahora mismo!” Le mande una botella y me acerque a saludar, sólo eso. En una entrada de mi diario, escribí: “Increíble. He conocido a una mujer. ¡Un milagro! Tengo un montón de tías a mi disposición, ¡pero he conocido a un mujer!”
Las groupies eran encantadoras. Pero era incapaz de estar con una mujer que no me gustara de verdad. En muchas ocasiones he acabado con una en la cama y no ha pasado nada, nos hemos acurrucado y a dormir. Y a muchas las he querido de verdad, porque siempre me impresionaba el hecho de que ellas también me quisieran. A Mick no le gusta que hable con sus mujeres, siempre acaban llorando en mi hombro porque se han enterado de que él anda por ahí de conquista otra vez. ¡La de lagrimas que han vertido sobre este hombro Jerry Hall, Bianca, Marianne Faithful, Chrissie Shrimpton! Me han arruinado un montón de camisas. ¡Vienen a preguntarme a mi qué tienen que hacer! ¿Y yo, qué coño sé? Una vez en Chicago se montó una gran juerga en mí habitación, con un montón de groupies. Ya llevaban allí 12 horas y yo estaba harto. Quería que se largara todo el mundo y no había manera de que me escuchara nadie. Así que ¡bum! Saque la pistola y dispare al suelo. Y eso si que consiguió vaciar la habitación en medio de un torbellino de haldas y sujetadores. Guarde la pistola esperando que se presentara la Policía y ¡no subió nadie! He de decir que me pasaba usando armas. Cuando me desenganche, las dejé también.
En 1973 sacaron una lista de las estrellas del rock que era más probable que murieran pronto, y me colocaron en el numero uno. ¡Fui número uno en esa lista durante diez años! La historia de que iba a Suiza a cambiarme la sangre les dio un verdadero subidón a esos nigromantes. ¡Pero nunca me he cambiado la sangre! No sabría decir hasta que punto accedí a interpretar el personaje que inventaron para mí. Me refiero al anillo con la calavera, el diente roto, el kohl en los ojos y los demás. La gente cree que sigo siendo un yonqui. ¡Y hace 30 años que deje las drogas!
La gran traición de Mick fue que anunciara en 1987 que saldría de gira con su segundo álbum en solitario. Había dado carpetazo a 25 años de Rolling Stones. Según declaraciones del propio Mick: “Con los Rolling Stones ya no puede ser, a mi edad y tras todos estos años…Me he ganado el derecho de expresarme de otra manera”. Y vaya si lo hizo: se expresó saliendo con otra banda a cantar canciones de los Stones. Aquello fue una bofetada. Arremetí contra él en la prensa. “Si no sale de gira con los Stones y lo hace con la banda de Huevón o Pelotudo, le voy a rajar el cuello.” Hasta mediados de los 70 Mick y yo éramos inseparables. Pero, cuando nos distanciamos, yo tire por mi camino, que era una cuesta abajo hacia Villachute, mientras que Mick ascendió hacia Jetsetlandia. Tal vez Mick y yo no seamos amigos, pero somos como hermanos. Los hermanos se pelean. Yo puedo decir estas cosas, me salen del corazón, pero nadie puede decir algo malo de Mick en mi presencia. Nuestra relación todavía funciona. ¿Cómo si no, al cabo de 50 años, podríamos plantearnos aún volver a salir juntos a la carretera? La diferencia entre Mick y yo es que a él no le gusta confiar en nadie. No puede dejar de ser Mick Jagger ni un minuto. De vacaciones en las Fiji me caí de un árbol y me fracture el cráneo. Me operaron. Me abrieron la cabeza, aspiraron los coágulos y me colocaron el hueso en su sitio como un sombrerito con seis grapas de titanio. Por lo demás, llevo una vida de autentico caballero: escucho a Mozart y leo mucho. Me encantan las novelas de Patrick O`Brian. Cuando estoy en casa, suelo hacerme yo la comida, por lo general salchichas con puré de patatas. Creo que ya he provocado revuelo más que suficiente en esta vida. Pero me retirare cuando estire la pata. Se nos critica porque ya somos viejos. Si fuéramos negros y nos llamáramos Duke Ellington, todo el mundo nos animaría a seguir. Por lo visto, los rockeros blancos ya no deber ejercer a nuestra edad. Pero yo no sigo en la brecha porque estoy aquí para decir algo y para llegar a la gente, a veces con un grito desesperado: “¿Conoces ese sentimiento?”.
Tomado de: Keith Richards, XL semanal, núm. 1.202, 7 de noviembre de 2010, pp. 24-32
miércoles, 8 de diciembre de 2010
lunes, 4 de octubre de 2010
Cámaras contra la matanza de delfines
Veintitrés mil delfines son asesinados cada año en una caña junto a Taiji, un pueblo del sur de Japón. Lo cuenta un documental, rodado con cámara oculta, que ha arrasado en festivales de medio mundo. Su último premio fue el Oscar. Pero para los creadores de “The Cove”, la mayor aspiración seria detener las capturas.
Una película rodada en su parte cumbre con cámaras ocultas alzo este años el Oscar al mejor documental. Fue el colofón a un año de premios. Cerca de cincuenta festivales se han rendido a sus pies en 2009. Incluido el público del exigente Sundance. The Cove, que significa “la cala”, enseña la práctica de los pescadores de Taiji, un pequeño pueblo de 4.000 habitantes al sur de Japón. Cada año, 23.000 delfines son asesinados durante la temporada de caza –entre octubre y abril- en un pequeña piscina natural formada en la costa, junto a una playa. Es la mayor matanza de estos cetáceos en el mundo, permitida y animada por el Gobierno japonés. Los delfines son arrinconados cada tarde hasta la cala por barcos que crean una barrera de sonido que ahuyenta a los animales, sin saberlo, hacia la muerte horas más tarde. Es al día siguiente, por la mañana, cuando los pescadores empuñan arpones desde sus barcas, matando uno a uno a los apelotonados delfines y llenando de sangre ese trozo de costa.
Sólo unos pocos salvan la vida, seleccionados por expertos entrenadores que luego negocian con acuarios de todo el mundo. Un delfín vivo cuesta al menos 150.000 dólares, reportando entre dos y tres millones de dólares anuales a cada preparador. Sin embargo, un delfín muerto, vendido sólo por su carne, cuesta apenas 600 dólares. Una carne que no es del todo saludable, por sus elevados índices de mercurio, algo que también destapa el documental.
Ric O´Barry era un veinteañero de éxito en los sesenta. Tras pasar por la marina de EEUU, fue contratado por el Seaquarium de Miami como cazador de delfines. Apreso a unos cien, en la bahía de Biscayne o de Vizcaya, junto a Miami. Más tarde fue ascendido y empezó a entrenar a los delfines del parque acuático. Era rico, atractivo y conducía coches de lujo. En 1963, los delfines ya eran un negocio en auge. Estos animales estaban de moda, en parte gracias a tipos como O´Barry, pero sobre todo por la fama que obtuvieron ese año y al siguiente la película Flipper y su secuela. El éxito fue tal que la cadena de televisión NBC se lanzo a realizar una serie. “Los productores llegaron con la idea al Seaquarium. Dijeron que ellos grabarían y publicitarían las instalaciones. A cambio, el acuario tenía que poner los delfines y un entrenador. Yo fue el elegido”, recuerda O´Barry desde Miami. El nombre del show no fue muy original: Flipper. Pero de 1964 a 1967, en los hogares y subconscientes norteamericanos se coló una melodía que repetía y repetía el nombre del delfín más famoso. Su inteligencia y sonrisa llegó a toda América, multiplicándose el boom de los acuarios.
Pero en realidad. Flipper no era un único delfín, sino cinco: Susie, Patty, Kathy, Scotty y Squirt. Todas eran hembras, menos agresivas que los machos y más codiciadas estéticamente, pues su piel no tiene imperfecciones. La ficción mostraba a un solo Flipper, que vivía en una reserva marina –donde era la mascota de un padre y de sus dos hijos- y hacia un montón de acrobacias que le enseñaba O´Barry fuera de pantalla. El delfín salvaba vidas y detenía a criminales. Era un héroe para los niños, clientes potenciales de los acuarios. Negocio.
Pero un día de 1970, la vida de O´Barry volteó. Habían pasado tres años desde que terminara Flipper cuando visito el tanque de hormigón donde vivía Kathy, una de las cinco hembras que participaron en la serie. “Se acerco a mis brazos y dejo de respirar. Se suicido ante mí, fruto del estrés”, asegura O´Barry. Lo cree porque los delfines, al contrario que los seres humanos, no respiran de manera automática y pueden decidir cuando dejar de hacerlo. El evento le dejo “muy tocado”. Dos días después, O´Barry fue encarcelado por intentar liberara a otro delfín. O´Barry se había pasado al lado del activismo.
En los 40 años que han pasado entre aquella muerte de Kathy y el éxito de The Cove, O´Barry ha incomodado a mucha gente. Pero pocos desplantes como el que sufrió hace cinco años en San Diego le han dado más rédito. Su presencia fue prohibida en una conferencia sobre mamíferos marinos. Iba a participar en una de las charlas, pero Seaworld –el acuario de la ciudad y patrocinador del evento- lo impidió. Paradójicamente, ese intento de acallarle fue el germen de The Cove. Dio la casualidad de que allí estaba Louie Psihoyos, un afamado fotógrafo de National Geografic, Newsweek, Time y The New York Times, entre otros: “No le conocía, pero le llame y le pregunté por qué había sido vetado. Ric me hablo de la mayor matanza de delfines en el planeta. Le pregunté: “¿Quién está haciendo algo para impedirlo?”. Me dijo: “Solo yo. Voy la semana que viene, ¿quieres acompañare?”.
Dicho y hecho, O´Barry y Psihoyos se conocieron en Japón. Sus primeros momentos juntos se ven en el documental. Son un tanto surrealistas. O´Barry está obsesionado y ordena a Psihoyos y sus acompañantes que se tapen la boca con mascaras y se pongan gafas de sol para hacerse pasar por japoneses. Ric les dice que están siendo perseguidos. Psihoyos, nos cuenta por teléfono, no podía creerlo: “No hasta que llegamos al hotel y la policía nos pregunto qué hacíamos en Japón. Así que le pusimos una cámara oculta a Ric en un botón de su ropa. Le dije: “Déjame escuchar lo que te pregunte la policía”. A Psihoyos le entro el gusanillo: “Pensé: “Dios, aquí pasa algo. Esto es real. Hay una conspiración para mantener el secreto”: grabar allí iba a ser imposible:” ¿En qué clase de parque nacional no puedes entrar porque la gente local está ocupando matando a los animales salvajes que lo habitan?”.
Las dificultades sólo animaron más a Psihoyos. Su amigo Jim Clark, filántropo y fundador de Netscape, fue su principal apoyo económico. Juntos habían creado en 2005 la Oceanic Preservation Society (OPS), una organización sin ánimo de lucro que busca parar la destrucción del mar. Psihoyos planeo todo minuciosamente, como si fuera una misión militar secreta, para rodar con cámara oculta. Formo su comando audiovisual y volvió a Japón, armado con rocas falsas donde meter minicamaras y otros artilugios como un pequeño helicóptero teledirigido. Y en eso consiste buena parte del documental, en enseñar el increíble proceso para lograr firmar la matanza. Esta llega al final. Es indescriptible, no sólo por los litros de sangre derramados, sino sobre todo por los alaridos de los delfines y por alguna que otra conversación robada a los pescadores, en la que ellos mismos reconocen la destrucción del sistema marino, al recordar épocas pasadas en las que el mar estaba lleno de cetáceos. Las imágenes chocan también a los japoneses. El equipo las enseña en las grandes ciudades. Ric O´Barry se coloca en mitad de la calle, con un televisor adosado a su cuerpo. Las imágenes espantan. Los japoneses de a pie los miran con disgusto. No parecen conocer lo que hacen los pescadores de su país.
Pero el gobierno japonés habla de que la caza de delfines parte de su cultura. Es uno de los argumentos. También dice que hay demasiados delfines que se comen demasiados peces. Los mismos argumentos que Japón dio antiguamente para justificar la matanza de ballenas. Maseyuku Komatsu, director de la Agencia de Pesca de Japón en 2001, asi lo explicaba entonces: “Las ballenas son las cucarachas de los mares porque son demasiado numerosas”.
De poco parece servir, se asegura en The cove, la existencia del CBI o Comisión Ballenera Internacional. Este organismo, fundado en 1949, se centra en la conservación de las ballenas. De las grandes ballenas, pues las especies más pequeñas, los delfines y las marsopas, conocidos todos como pequeños cetáceos, quedaron fuera de la protección. España, que se opone, como la Unión Europea, a la pesca de todo tipo de cetáceos, pertenece a la CBI. Su representante, Carlos Cabana, explica:”Los pequeños cetáceos se regulan localmente. La diferencia entre ballena y ballena pequeña es un problema de discusión interna en la CBI”. Respecto a Japón, asegura Cabana, España y Europa llevan a cabo “acciones diplomáticas” para que el país nipón pare las matanza. Pero los japoneses saben que la fuerza del dinero es la que da votos. The Cove demuestra que países como Antigua y Barbuda, o Saint Kitts o Dominica, logran importantes subvenciones a cambio de los voto que Japón necesita para seguir masacrando delfines. Cabanas se sorprende al escucharlo: “Si eso se demuestra, la CBI debería examinarlo. Comprar votos es inaceptable”:
Tomado de: Álvaro Corcuera, “Cámaras contra la matanza de delfines”, en EL PAÍS SEMANAL, núm. 1.754, 9 de Mayo de 2010, pp. 20-23
Una película rodada en su parte cumbre con cámaras ocultas alzo este años el Oscar al mejor documental. Fue el colofón a un año de premios. Cerca de cincuenta festivales se han rendido a sus pies en 2009. Incluido el público del exigente Sundance. The Cove, que significa “la cala”, enseña la práctica de los pescadores de Taiji, un pequeño pueblo de 4.000 habitantes al sur de Japón. Cada año, 23.000 delfines son asesinados durante la temporada de caza –entre octubre y abril- en un pequeña piscina natural formada en la costa, junto a una playa. Es la mayor matanza de estos cetáceos en el mundo, permitida y animada por el Gobierno japonés. Los delfines son arrinconados cada tarde hasta la cala por barcos que crean una barrera de sonido que ahuyenta a los animales, sin saberlo, hacia la muerte horas más tarde. Es al día siguiente, por la mañana, cuando los pescadores empuñan arpones desde sus barcas, matando uno a uno a los apelotonados delfines y llenando de sangre ese trozo de costa.
Sólo unos pocos salvan la vida, seleccionados por expertos entrenadores que luego negocian con acuarios de todo el mundo. Un delfín vivo cuesta al menos 150.000 dólares, reportando entre dos y tres millones de dólares anuales a cada preparador. Sin embargo, un delfín muerto, vendido sólo por su carne, cuesta apenas 600 dólares. Una carne que no es del todo saludable, por sus elevados índices de mercurio, algo que también destapa el documental.
Ric O´Barry era un veinteañero de éxito en los sesenta. Tras pasar por la marina de EEUU, fue contratado por el Seaquarium de Miami como cazador de delfines. Apreso a unos cien, en la bahía de Biscayne o de Vizcaya, junto a Miami. Más tarde fue ascendido y empezó a entrenar a los delfines del parque acuático. Era rico, atractivo y conducía coches de lujo. En 1963, los delfines ya eran un negocio en auge. Estos animales estaban de moda, en parte gracias a tipos como O´Barry, pero sobre todo por la fama que obtuvieron ese año y al siguiente la película Flipper y su secuela. El éxito fue tal que la cadena de televisión NBC se lanzo a realizar una serie. “Los productores llegaron con la idea al Seaquarium. Dijeron que ellos grabarían y publicitarían las instalaciones. A cambio, el acuario tenía que poner los delfines y un entrenador. Yo fue el elegido”, recuerda O´Barry desde Miami. El nombre del show no fue muy original: Flipper. Pero de 1964 a 1967, en los hogares y subconscientes norteamericanos se coló una melodía que repetía y repetía el nombre del delfín más famoso. Su inteligencia y sonrisa llegó a toda América, multiplicándose el boom de los acuarios.
Pero en realidad. Flipper no era un único delfín, sino cinco: Susie, Patty, Kathy, Scotty y Squirt. Todas eran hembras, menos agresivas que los machos y más codiciadas estéticamente, pues su piel no tiene imperfecciones. La ficción mostraba a un solo Flipper, que vivía en una reserva marina –donde era la mascota de un padre y de sus dos hijos- y hacia un montón de acrobacias que le enseñaba O´Barry fuera de pantalla. El delfín salvaba vidas y detenía a criminales. Era un héroe para los niños, clientes potenciales de los acuarios. Negocio.
Pero un día de 1970, la vida de O´Barry volteó. Habían pasado tres años desde que terminara Flipper cuando visito el tanque de hormigón donde vivía Kathy, una de las cinco hembras que participaron en la serie. “Se acerco a mis brazos y dejo de respirar. Se suicido ante mí, fruto del estrés”, asegura O´Barry. Lo cree porque los delfines, al contrario que los seres humanos, no respiran de manera automática y pueden decidir cuando dejar de hacerlo. El evento le dejo “muy tocado”. Dos días después, O´Barry fue encarcelado por intentar liberara a otro delfín. O´Barry se había pasado al lado del activismo.
En los 40 años que han pasado entre aquella muerte de Kathy y el éxito de The Cove, O´Barry ha incomodado a mucha gente. Pero pocos desplantes como el que sufrió hace cinco años en San Diego le han dado más rédito. Su presencia fue prohibida en una conferencia sobre mamíferos marinos. Iba a participar en una de las charlas, pero Seaworld –el acuario de la ciudad y patrocinador del evento- lo impidió. Paradójicamente, ese intento de acallarle fue el germen de The Cove. Dio la casualidad de que allí estaba Louie Psihoyos, un afamado fotógrafo de National Geografic, Newsweek, Time y The New York Times, entre otros: “No le conocía, pero le llame y le pregunté por qué había sido vetado. Ric me hablo de la mayor matanza de delfines en el planeta. Le pregunté: “¿Quién está haciendo algo para impedirlo?”. Me dijo: “Solo yo. Voy la semana que viene, ¿quieres acompañare?”.
Dicho y hecho, O´Barry y Psihoyos se conocieron en Japón. Sus primeros momentos juntos se ven en el documental. Son un tanto surrealistas. O´Barry está obsesionado y ordena a Psihoyos y sus acompañantes que se tapen la boca con mascaras y se pongan gafas de sol para hacerse pasar por japoneses. Ric les dice que están siendo perseguidos. Psihoyos, nos cuenta por teléfono, no podía creerlo: “No hasta que llegamos al hotel y la policía nos pregunto qué hacíamos en Japón. Así que le pusimos una cámara oculta a Ric en un botón de su ropa. Le dije: “Déjame escuchar lo que te pregunte la policía”. A Psihoyos le entro el gusanillo: “Pensé: “Dios, aquí pasa algo. Esto es real. Hay una conspiración para mantener el secreto”: grabar allí iba a ser imposible:” ¿En qué clase de parque nacional no puedes entrar porque la gente local está ocupando matando a los animales salvajes que lo habitan?”.
Las dificultades sólo animaron más a Psihoyos. Su amigo Jim Clark, filántropo y fundador de Netscape, fue su principal apoyo económico. Juntos habían creado en 2005 la Oceanic Preservation Society (OPS), una organización sin ánimo de lucro que busca parar la destrucción del mar. Psihoyos planeo todo minuciosamente, como si fuera una misión militar secreta, para rodar con cámara oculta. Formo su comando audiovisual y volvió a Japón, armado con rocas falsas donde meter minicamaras y otros artilugios como un pequeño helicóptero teledirigido. Y en eso consiste buena parte del documental, en enseñar el increíble proceso para lograr firmar la matanza. Esta llega al final. Es indescriptible, no sólo por los litros de sangre derramados, sino sobre todo por los alaridos de los delfines y por alguna que otra conversación robada a los pescadores, en la que ellos mismos reconocen la destrucción del sistema marino, al recordar épocas pasadas en las que el mar estaba lleno de cetáceos. Las imágenes chocan también a los japoneses. El equipo las enseña en las grandes ciudades. Ric O´Barry se coloca en mitad de la calle, con un televisor adosado a su cuerpo. Las imágenes espantan. Los japoneses de a pie los miran con disgusto. No parecen conocer lo que hacen los pescadores de su país.
Pero el gobierno japonés habla de que la caza de delfines parte de su cultura. Es uno de los argumentos. También dice que hay demasiados delfines que se comen demasiados peces. Los mismos argumentos que Japón dio antiguamente para justificar la matanza de ballenas. Maseyuku Komatsu, director de la Agencia de Pesca de Japón en 2001, asi lo explicaba entonces: “Las ballenas son las cucarachas de los mares porque son demasiado numerosas”.
De poco parece servir, se asegura en The cove, la existencia del CBI o Comisión Ballenera Internacional. Este organismo, fundado en 1949, se centra en la conservación de las ballenas. De las grandes ballenas, pues las especies más pequeñas, los delfines y las marsopas, conocidos todos como pequeños cetáceos, quedaron fuera de la protección. España, que se opone, como la Unión Europea, a la pesca de todo tipo de cetáceos, pertenece a la CBI. Su representante, Carlos Cabana, explica:”Los pequeños cetáceos se regulan localmente. La diferencia entre ballena y ballena pequeña es un problema de discusión interna en la CBI”. Respecto a Japón, asegura Cabana, España y Europa llevan a cabo “acciones diplomáticas” para que el país nipón pare las matanza. Pero los japoneses saben que la fuerza del dinero es la que da votos. The Cove demuestra que países como Antigua y Barbuda, o Saint Kitts o Dominica, logran importantes subvenciones a cambio de los voto que Japón necesita para seguir masacrando delfines. Cabanas se sorprende al escucharlo: “Si eso se demuestra, la CBI debería examinarlo. Comprar votos es inaceptable”:
Tomado de: Álvaro Corcuera, “Cámaras contra la matanza de delfines”, en EL PAÍS SEMANAL, núm. 1.754, 9 de Mayo de 2010, pp. 20-23
lunes, 16 de agosto de 2010
UN CANTANTE DE COUNTRY Y EL COLAPSO DE LA ECONOMÍA
Análisis: Por que las matemáticas no bastan para explicar las finanzas
En 2003, cuatro meses después que su esposa, fallecía en Nashville el músico Johnny Cash, víctima de lo que se conoce como síndrome del corazón roto. Las compañías de seguro tienen muy bien estudiado el fenómeno. Cuando un brillante matemático chino decidió aplicar esa fórmula a los mercados financieros, Wall Street se disparo. Ese mismo día comenzó a germinar la peor crisis económica desde 1929.
Jhonny Cash y June Carter se conocieron entre bastidores en el Grand Ole Opry, un célebre programa de música country. Todo sucedió entre ellos como en una balda vaquera: él estaba casado; ella, recientemente divorciada; pero enseguida surgió un romance entre ambos. Los dos tenían hijos pequeños. Es más, Johnny Cash habría de tener otros más con su primera mujer, antes de que le abandonará, en 1996, por su afición a la bebidas y las juergas. Dos años más tarde, Cash proponía matrimonio a June en plena actuación. La cantante, a pesar de haberle rechazado antes en numerosas ocasiones, esta vez acepto. Habían hallado pareja para toda su vida. Su historia acabaría también como una canción country. En 2003, June Carter fallecía en Nashville (EEUU) por las complicaciones que siguieron a una intervención de cirugía cardiaca. Johnny Cash la seguía a la tumba cuatro meses más tarde con el corazón literalmente roto por el dolor. “Es tremendamente doloroso para mí”, había confesado ante su público en el ultimo concierto que dio. Su dolor, dijo mientras afinaba su guitarra casi con lágrimas en los ojos, era “el gran dolor. El mayor de todos”.
Mucho tiempo antes de que Johnny conociera a June, los científicos ya se habían percatado de que los casos de esposos que morían en rápida sucesión no eran en absoluto extraños. Ya en los años 80, los investigadores habían comenzado a escribir sobre lo que se denominaba estrés cardiomiopático o síndrome inflamatorio apical, un estado en el que el cerebro del individuo, tras haber sufrido un intenso traumatismo emocional, libera de manera inexplicable toda una serie de elementos químicos en el flujo sanguíneo que debilitan el corazón y, en determinados casos, causan su fractura.
Además del médico, había otro colectivo sumamente interesado en el fenómeno: el de los actuarios de seguros de vida. La ciencia actuarial se dedica al estudio de las estadísticas sobre la vida y la muerte. Y las existentes sobre el síndrome de los corazones rotos eran verdaderamente impactantes. En un estudio publicado en marzo de 2008, Jaap Spreeuw y Xu Wang, profesores de la Cass Business School, observaban que durante el año siguiente al fallecimiento de la persona amada, las mujeres tenían más del doble de probabilidades de morir de lo normal. En el caso de los hombres, dicha probabilidad era más de seis veces mayor.
Pero ya antes de la publicación de este estudio los actuarios venían incorporando el asunto del los corazones rotos a sus modelos matemáticos para calcular las posibilidades de fallecimiento de sus clientes. ¿Cómo una relación tan evanescente podía ser tenida en cuenta de una forma diable? La única manera que tenían era recurrir a la ciencia estadística para poder diseñar un perspectiva razonablemente precisa sobre grupos de personas. Hasta que llego el doctor Li.
El hombre que llego de china. En el otoño de 1987, el hombre que, con el tiempo, habría de convertirse en el actuario más influyente del mundo aterrizaba en Canadá, n un vuelo procedente de China. Ni Xiang Lin Li ni el puñado de jóvenes académicos de la Universidad de Nankai con los que viajaba habían estado nunca en el extranjero. Todos los integrantes de aquella reducida banda de matemáticos y estadísticos acabarían licenciándose en Administración de Empresas en la Laval University de Quebec. La idea era que, una vez estudiado el capitalismo, regresaran a China. Pero durante su estancia se produjeron los sucesos de Tiananmen. Universidades como la de Nankai ya no eran los mejores lugares, ni los más seguros, ara jóvenes estudiantes con ansias de aprender y, muy especialmente, para aquellos que volvían de hacer un MBA en el exterior. Xiang Lin Li, el más brillante de aquellos alumnos, decidió quedarse en Occidente. Cambio su nombre convirtiéndose en David Li, y se matriculo en una nueva Universidad, la de Waterloo, muy cerca de Toronto, donde estudio Ciencias Actuariales.
Tal vez Silicón Valley hubiese sido el destino más obvio para un matemático de gran talento y con ansias de fortuna como él. Pero otros dos lugares actuaban como potentes imanes para gente como Li. Uno era la City de Londres; el otro, Wall Street.
En 1984, Robert Dubin, el mismo que una década después habría de convertirse en secretario del Tesoro de EEUU, tomó una audaz decisión para la empresa en la que trabajaba, el banco de inversiones Goldman Sachs. Ese año contrato a Fischer Black, economista y académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts el reputado MIT. Hasta 1983, algunos académicos habían jugado con la economía y los mercados, pero Black fue el primero en dar el paso de trasladarse a Wall Street para poner en práctica sus teorías.
La apuesta de Rubin hizo ganar a Goldman Sachs muchísimas veces el salario que pagaba a Black. En el banco, el profesor Black fue pionero en el empleo de las matemáticas en el intento de generar dinero e inauguro lo que se dio en llamar finanzas cuantitativas, que consistían básicamente, en intentar ser más listos que los propios mercados utilizando las matemáticas para calcular c- y pretender eliminar- los riesgos.
LLEGAN LOS “CUANTICOS”. Muchos especialistas en física de las partículas, en mecánica cuántica o en ingeniería informática siguieron los pasos de Black y se volcaron a aplicar sus habilidades a las finanzas. Incluso se ganaron sobrenombres como el de POW (Physicist on Wall Street: los físicos que asaltaron Wall Street) o el más difundido de los cuánticos.
Li encajaba en aquella descripción como un guante. En 1997, tras haberse doctorado en Waterloo, consiguió un puesto en uno de los mayores bancos de Canadá, el Canadian Imperial Bank of Commerce (CIBC), y un año después, en 1998, llego a Nueva York para trabajar en la consultora RiskMetrics Group, una firma que se había independizado de su matriz, la banca JP Morgan. Para entonces, los cuánticos ya se habían apoderado de Wall Street. Durante el verano de aquel mismo año, Long Term Capital Management, un hedge fund (fondo de alto riesgo) presuntamente dirigido por las mentes más agudas de las finanzas cuantitativas, requirió una intervención masiva del Gobierno federal. Dejó un agujero de 3.000 millones de dólares, pero el descosido no sirvió como advertencia de que los modelos matemáticos podían poner a los inversores en problemas muy serios y de que el instinto de los operadores y la experiencia eran mucho más importantes que la inteligencia numérica. Los cuánticos no quedaron fuera del parqué. Y, como uno más de ellos, David Li pasaba los días redactando documentos, haciendo números y aplicando sus conocimientos académicos a los negocios. Hasta que, en el año 2000, publicó un trabajo en el prestigioso Journal of Fixed Income que se hizo merecedor de la atención general.
En dicho documento, Li sacaba a escena el más elegante de sus trucos. Aprovechando su trabajo y su experiencia en el campo actuarial, y particularmente sus conocimientos sobre el síndrome del corazón roto, intentaba solucionar unos de los problemas más irresolubles para los cuánticos: el de la correlación existente entre incumplimientos de las obligaciones de pago.
El principal problema con que se encontraban los cuánticos era que los mercados financieros no funcionan como laboratorios, es decir, completamente aislados del resto del mundo. Los mercados están muy vinculados entre sí, correlacionados, asociados. Para que los modelos científicos funcionen verdaderamente al aplicarlos a los mercados, no basta con conocer la probabilidad de que una compañía tenga en su cartera activos deteriorados. También hay que saber en que medida la bancarrota de una empresa – o de varias- puede incrementar – o reducir- la probabilidad de que otras compañías no puedan hacer frente a sus compromisos de pago.
GRANJEROS IRLANDESES. Supongamos, por ejemplo, que un banco presta dinero a una granja lechera y a una tienda de derivados de lácteos. La granja, según las agencias de evaluación de riesgos, tiene un 10% de probabilidades de quebrar, mientras que las de la tienda son de un 5%. Pero si es la granja la que se hunde, las posibilidades de que la tienda le siga los pasos ascenderían rápida y abruptamente si esa granja fuera su principal proveedor de lácteos.
Y la cosa es bastante más complicada. ¿Hasta qué punto pueden estar correlacionadas las probabilidades de incumplimiento de las obligaciones de pago de unos bonos o títulos de deuda emitidos por un granjero irlandés y los de una compañía de software de Malasia? Nada en absoluto, podríamos pensar. Ofrecen productos y servicios completamente diferentes y está geográficamente muy lejos uno de otro. Sin embargo, supongamos que esas dos compañías han obtenido sendos prestamos de un mismo banco sumido en serio problemas que ahora les esta reclamando la devolución de sus empréstitos. De hecho, eso fue, exactamente, lo que hundió a LTCM. ¿Qué correlación podría existir entre los bonos emitidos por los gobiernos rusos y mexicano? De acuerdo con el modelo de LTCM, ninguno. Pero la crisis financiera que se produjo en Rusia en 1998, cuando el Gobierno de Boris Yeltsin incumplió los compromisos de pago adquiridos por la emisión de bonos, causo el pánico en las transacciones de México, adonde los inversores habían acudido rápidamente para intentar liberar de riesgos sus respectivas carteras.
COPULA GAUSSIANA. Li, sin embargo, había reparado en ello. Siete años después, hablando para el Wall Street Journal, dijo: “De repente, pensé que el problema que yo estaba intentando resolver como actuario era el mismo que aquellos chicos trataba de solucionar. El impago de un préstamo es como la muerte de una compañía”.
En consecuencia, si él era capaz de adaptar a los mercados financieros las matemáticas que aplicaba al fallecimiento por corazón roto, habría dado con una forma de modelar matemáticamente el efecto que los impagos de una compañía puede tener en el incumplimiento de pagos por parte de otras.
Cuando los matemáticos y los físicos quiere describir las posibilidades de que ocurran determinados hechos, a menudo recurren a una curva denominada copula. Las copulas conectan entre sí variables de tal manera que su interdependencia puede ser debidamente estudiada. Durante su doctorado en Waterloo y su estancia en el CIBC, David LI siempre se habían mostrado muy interesados en encontrar la forma de utilizar dichas cópulas en relación con los fallecimientos a causa del síndrome del corazón roto.
Hasta entonces, se usaba las cadenas de Markov, pero éstas describían una perspectiva demasiado mecánica, física –atómica, incluso-, de la vida humana. Li pensó que, mediante una copula que mostrase una distribución probable de los resultados de podría obtener una descripción, más ajustada y global de un corazón roto. Y, de igual manera, de una compañía en quiebra.
Utilizo para ello un tipo estándar de curva –la copula gaussiana o curva de campana, para, por medio de ella, poder hacer un plano y determinar la correlación existente en una cartera de valores dada. De la misma manera que los actuarios podían calcular las posibilidades que existían de que Johnny Cash falleciera muy poco después de que lo hiciera June Carter sin saber nada acerca del propio Cash (salvo, naturalmente, el hecho de su reciente viudedad), los cuánticos podían ahora, gracias a las conclusiones de Li, describir las consecuencias que el impago de las obligaciones de pago de una empresa podrían tener sobre otra sin saber nada acerca de las propias compañías afectadas. En otras palabras, operar en los mercados financieros podía quedar reducido a un mero ejercicio de hacer números. En 2003, el trabajo publicado por Li ya se había hecho famosos en Wall Street. Por aquella época, Li era jefe global de investigación de derivados financieros de Citigroup. En la radiante mañana de un martes de noviembre, llegaba a la reunión anual del Congreso de Cuántica, un encuentro de las luminarias de las matemáticas financieras, para disfrutar de la gloria con una presentación de su trabajo. Enfrente de una sala atestada de cientos de colegas cuánticos explico ampliamente su modelo: la función de la cópula gaussiana en el incumplimiento de las obligaciones de pago.
SOLUCIÓN DEL ROMPECABEZAS. Aquella presentación fue un verdadero aluvión de ecuaciones, de variaciones aleatorias, de curvas y de matrices numéricas. Las preguntas que se le hicieron al final de la conferencia fueron muy respetuosas y de carácter técnico. Li, al parecer, había hallado la pieza final de un rompecabezas que las direcciones de riesgos de los bancos habían estado tratando e desmenuzar desde que los cuánticos llegaran a Wall Street. Ya en 2001, el de la correlación era un reto formidable. Un nuevo fanatismo se había adueñado de la Bolsa neoyorquina: las finanzas estructuradas. Erala culminación de dos década de cuánticos trabajando en Wall Street. La idea básica era simple: los bancos ya no tendrían que soportar riesgos nunca más. En su lugar, lo que hacían era evaluar dichos riesgos mediante modelos matemáticos, empaquetarlos y venderlos como cualquier otro título o valor normal y corriente. Las hipotecas fueron el primer ejemplo. En lugar de constituir una hipoteca y cobrar unos intereses durante toda la vida útil de dicha hipoteca, los bancos comenzaron a hacer paquetes de diferentes prestamos y a vendérselo a compañías pantalla de su propiedad –pero fuera de balance-, especialmente creadas a tales efectos. Estas compañías, a su vez, emitían bonos para incrementar sus ingresos por caja. Además utilizando el modelo y los sistemas matemáticos que estaba generando a marchas forzadas los cuánticos, los bancos podían diseñar la estructura de sus carteras de hipotecas para asegurarse de poder emitir bonos de riesgos muy variados destinados a su adquisición por inversores de todos los perfiles. El 10 de agosto de 2004, la empresa de calificación Moody´s incorporaba la fórmula de Li de la copula gaussiana en relación con los incumplimientos de pagos a su propia metodología de calificación de obligaciones de deuda colaterizadas (CDO), unos instrumentos característicos de las finanzas estructuradas que con el tiempo habrían de convertirse en la autentica Némesis de muchos bancos. Hasta entonces, Moody´s había insistido con firmeza en la idea de que las mencionadas CDO tuvieran una composición diferente, es decir, que cada una de ellas estuviera integrada por diferente4s tipos de activos (hipotecas comerciales, préstamo a estudiantes, deudas de tarjetas de crédito, deudas subprime…): el viejo adagio bursátil de que la mejor forma de protegerse ante el riesgo es evitar poner todos los huevos en la misma cesta…
La fórmula de Li, sin embargo, daba a Moody´s un modelo que le permitía calibrar la interrelación de los riesgos. Las buenas prácticas tradicionales podían tirarse tranquilamente por la ventana. El riesgo podía ser medido con una certeza matemática y no existía ya necesidad alguna de distribuir los huevos en cestas diferentes. Una semana después de que Moody´s la otra gran compañía de calificaciones, Standard & Poor´s, cambio también su metodología de trabajo.
Las CDO integradas únicamente por hipotecas subprime comenzaron a hacer furor. Utilizando el modelo de correlación mágico basado en la copula gaussiana y algún que otro ingenioso artificio de ingeniería fiscal fuera de balance, las hipotecas de alto riesgo fueron empaquetadas en lotes calificados con una triple A –la máxima calificación que otorgan- para inversores de primer nivel.
600.000 MILLONES DE DÓLARES. Lógicamente, el mercado de CDO se disparo. En 2000, la cifra total de CDO emitidas era de unas decenas de miles de millones de dólares; en 2007 ascendía ya a 600.000 millones de dólares. Con tantos inversores a la espera y dispuestos a colocar su dinero, dicha deuda se convirtió en algo extraordinariamente barato. En consecuencia, los precios de las viviendas se elevaron masivamente. Lo que sirvió para activar notablemente las economías de todo el mundo. Hoy, sin embargo, todos conocemos muy bien el desenlace de esa historia. El asunto comenzó a hacer aguas en el mercado de hipotecas subprime de EEUU. Los impagos empezaron a incrementarse a finales de 2006. A principios de 2007, ya estaba muy claro que el mercado de hipotecas subprime de EEUU tenía un grave problema. Hacia el verano de ese mismo año, propietarios de hogares de todos los lugares del país comenzaron a incumplir los compromisos de pago derivados de la concesión de sus hipotecas. Para agravar más las cosas, el modelo de correlación consideraba la situación del mercado de viviendas en los años 90, pero el sector inmobiliario se había convertido en un monstruo groseramente inflado que poco tenía que ver con el de sólo unos años antes. Las pérdidas que los banco comenzaban a asumir en relación con las CDO les habían dejado totalmente perplejos. Al mismo tiempo, se preocupaban, cada día más, de la solvencia del resto de instituciones financieras, dejando, en consecuencia, de prestarse fondos entes ellos, la liquidez global se drenó por completo.
La putrefacción se extendió desde una clase de riesgos a otra y las dificultades por las que estaban pasando los bancos alcanzaron a la economía real. Súbitamente, todo estaba altamente correlacionado. Pero, ¿en que había fallado la formula de Li a la hora de anticipar el colapso? Básicamente, e que presuponía hechos que tendían a aglomerarse en torno a un promedio, a un estado de cosas normal.
En el ámbito de las ciencias actuariales, la formula de Li podía acoger adecuadamente resultados binarios como la vida o la muerte. Pero en el complejo mundo de las hipotecas y de la economía en general, el rango de resultados posibles es mucho más aleatorio y de una complejidad muy superior. Las muertes por corazón roto, a pesar de todas sus connotaciones poéticas, son mucho más fáciles de predecir que las más prosaicas pero inescrutables interrelaciones existentes entre los mercados.
TALÓN DE AQUILES. ¿Por qué nadie se percató de que aquella formula tenía un talón de Aquiles? La verdad es que algunos sí lo hicieron. Nassi Nicholas Taleb, autor del best-seller El cisne negro – un libro sobre la importancia de tomar en consideración lo valores atípicos a la hora de estudiar una copula – fue muy crítico con las finanzas cuantitativas y la formula de Li. “La cosa nunca funciono”, asegura Taleb, “Todo lo que se basa en la correlación es pura charlatanería”. En 2007, David Li abandono Wall Street y regreso a China. Ha sido imposible contactar con él para la elaboración de este artículo. Sin embargo, dos años antes, es decir, antes de que el sistema financiero volar por lo aires, él ya lo había advertido: “Muy poca gente entiende la esencia de este modelo”:
Harry Panjer, profesor de Estadística y Ciencias Actuariales y mentor de Li cuando éste estudiaba en Waterloo, ha establecido un cierto equilibrio entre las acusaciones de Taleb y la postura de su pupilo. Como comentaba a principios de año en el diario Toronto Star, “existe un dicho sobre las estadísticas: “Todos los modelos son erróneos pero algunos son muy útiles”. Y la verdad es que, durante un tiempo, el modelo de David Li fue extraordinariamente útil.
Tomado de: Sam Jones, “Un cantante de country y el colapso de la economía”, en “El Mundo”, domingo 18 de agosto de 2009, Magazine, pp. 39 - 41
En 2003, cuatro meses después que su esposa, fallecía en Nashville el músico Johnny Cash, víctima de lo que se conoce como síndrome del corazón roto. Las compañías de seguro tienen muy bien estudiado el fenómeno. Cuando un brillante matemático chino decidió aplicar esa fórmula a los mercados financieros, Wall Street se disparo. Ese mismo día comenzó a germinar la peor crisis económica desde 1929.
Jhonny Cash y June Carter se conocieron entre bastidores en el Grand Ole Opry, un célebre programa de música country. Todo sucedió entre ellos como en una balda vaquera: él estaba casado; ella, recientemente divorciada; pero enseguida surgió un romance entre ambos. Los dos tenían hijos pequeños. Es más, Johnny Cash habría de tener otros más con su primera mujer, antes de que le abandonará, en 1996, por su afición a la bebidas y las juergas. Dos años más tarde, Cash proponía matrimonio a June en plena actuación. La cantante, a pesar de haberle rechazado antes en numerosas ocasiones, esta vez acepto. Habían hallado pareja para toda su vida. Su historia acabaría también como una canción country. En 2003, June Carter fallecía en Nashville (EEUU) por las complicaciones que siguieron a una intervención de cirugía cardiaca. Johnny Cash la seguía a la tumba cuatro meses más tarde con el corazón literalmente roto por el dolor. “Es tremendamente doloroso para mí”, había confesado ante su público en el ultimo concierto que dio. Su dolor, dijo mientras afinaba su guitarra casi con lágrimas en los ojos, era “el gran dolor. El mayor de todos”.
Mucho tiempo antes de que Johnny conociera a June, los científicos ya se habían percatado de que los casos de esposos que morían en rápida sucesión no eran en absoluto extraños. Ya en los años 80, los investigadores habían comenzado a escribir sobre lo que se denominaba estrés cardiomiopático o síndrome inflamatorio apical, un estado en el que el cerebro del individuo, tras haber sufrido un intenso traumatismo emocional, libera de manera inexplicable toda una serie de elementos químicos en el flujo sanguíneo que debilitan el corazón y, en determinados casos, causan su fractura.
Además del médico, había otro colectivo sumamente interesado en el fenómeno: el de los actuarios de seguros de vida. La ciencia actuarial se dedica al estudio de las estadísticas sobre la vida y la muerte. Y las existentes sobre el síndrome de los corazones rotos eran verdaderamente impactantes. En un estudio publicado en marzo de 2008, Jaap Spreeuw y Xu Wang, profesores de la Cass Business School, observaban que durante el año siguiente al fallecimiento de la persona amada, las mujeres tenían más del doble de probabilidades de morir de lo normal. En el caso de los hombres, dicha probabilidad era más de seis veces mayor.
Pero ya antes de la publicación de este estudio los actuarios venían incorporando el asunto del los corazones rotos a sus modelos matemáticos para calcular las posibilidades de fallecimiento de sus clientes. ¿Cómo una relación tan evanescente podía ser tenida en cuenta de una forma diable? La única manera que tenían era recurrir a la ciencia estadística para poder diseñar un perspectiva razonablemente precisa sobre grupos de personas. Hasta que llego el doctor Li.
El hombre que llego de china. En el otoño de 1987, el hombre que, con el tiempo, habría de convertirse en el actuario más influyente del mundo aterrizaba en Canadá, n un vuelo procedente de China. Ni Xiang Lin Li ni el puñado de jóvenes académicos de la Universidad de Nankai con los que viajaba habían estado nunca en el extranjero. Todos los integrantes de aquella reducida banda de matemáticos y estadísticos acabarían licenciándose en Administración de Empresas en la Laval University de Quebec. La idea era que, una vez estudiado el capitalismo, regresaran a China. Pero durante su estancia se produjeron los sucesos de Tiananmen. Universidades como la de Nankai ya no eran los mejores lugares, ni los más seguros, ara jóvenes estudiantes con ansias de aprender y, muy especialmente, para aquellos que volvían de hacer un MBA en el exterior. Xiang Lin Li, el más brillante de aquellos alumnos, decidió quedarse en Occidente. Cambio su nombre convirtiéndose en David Li, y se matriculo en una nueva Universidad, la de Waterloo, muy cerca de Toronto, donde estudio Ciencias Actuariales.
Tal vez Silicón Valley hubiese sido el destino más obvio para un matemático de gran talento y con ansias de fortuna como él. Pero otros dos lugares actuaban como potentes imanes para gente como Li. Uno era la City de Londres; el otro, Wall Street.
En 1984, Robert Dubin, el mismo que una década después habría de convertirse en secretario del Tesoro de EEUU, tomó una audaz decisión para la empresa en la que trabajaba, el banco de inversiones Goldman Sachs. Ese año contrato a Fischer Black, economista y académico del Instituto Tecnológico de Massachusetts el reputado MIT. Hasta 1983, algunos académicos habían jugado con la economía y los mercados, pero Black fue el primero en dar el paso de trasladarse a Wall Street para poner en práctica sus teorías.
La apuesta de Rubin hizo ganar a Goldman Sachs muchísimas veces el salario que pagaba a Black. En el banco, el profesor Black fue pionero en el empleo de las matemáticas en el intento de generar dinero e inauguro lo que se dio en llamar finanzas cuantitativas, que consistían básicamente, en intentar ser más listos que los propios mercados utilizando las matemáticas para calcular c- y pretender eliminar- los riesgos.
LLEGAN LOS “CUANTICOS”. Muchos especialistas en física de las partículas, en mecánica cuántica o en ingeniería informática siguieron los pasos de Black y se volcaron a aplicar sus habilidades a las finanzas. Incluso se ganaron sobrenombres como el de POW (Physicist on Wall Street: los físicos que asaltaron Wall Street) o el más difundido de los cuánticos.
Li encajaba en aquella descripción como un guante. En 1997, tras haberse doctorado en Waterloo, consiguió un puesto en uno de los mayores bancos de Canadá, el Canadian Imperial Bank of Commerce (CIBC), y un año después, en 1998, llego a Nueva York para trabajar en la consultora RiskMetrics Group, una firma que se había independizado de su matriz, la banca JP Morgan. Para entonces, los cuánticos ya se habían apoderado de Wall Street. Durante el verano de aquel mismo año, Long Term Capital Management, un hedge fund (fondo de alto riesgo) presuntamente dirigido por las mentes más agudas de las finanzas cuantitativas, requirió una intervención masiva del Gobierno federal. Dejó un agujero de 3.000 millones de dólares, pero el descosido no sirvió como advertencia de que los modelos matemáticos podían poner a los inversores en problemas muy serios y de que el instinto de los operadores y la experiencia eran mucho más importantes que la inteligencia numérica. Los cuánticos no quedaron fuera del parqué. Y, como uno más de ellos, David Li pasaba los días redactando documentos, haciendo números y aplicando sus conocimientos académicos a los negocios. Hasta que, en el año 2000, publicó un trabajo en el prestigioso Journal of Fixed Income que se hizo merecedor de la atención general.
En dicho documento, Li sacaba a escena el más elegante de sus trucos. Aprovechando su trabajo y su experiencia en el campo actuarial, y particularmente sus conocimientos sobre el síndrome del corazón roto, intentaba solucionar unos de los problemas más irresolubles para los cuánticos: el de la correlación existente entre incumplimientos de las obligaciones de pago.
El principal problema con que se encontraban los cuánticos era que los mercados financieros no funcionan como laboratorios, es decir, completamente aislados del resto del mundo. Los mercados están muy vinculados entre sí, correlacionados, asociados. Para que los modelos científicos funcionen verdaderamente al aplicarlos a los mercados, no basta con conocer la probabilidad de que una compañía tenga en su cartera activos deteriorados. También hay que saber en que medida la bancarrota de una empresa – o de varias- puede incrementar – o reducir- la probabilidad de que otras compañías no puedan hacer frente a sus compromisos de pago.
GRANJEROS IRLANDESES. Supongamos, por ejemplo, que un banco presta dinero a una granja lechera y a una tienda de derivados de lácteos. La granja, según las agencias de evaluación de riesgos, tiene un 10% de probabilidades de quebrar, mientras que las de la tienda son de un 5%. Pero si es la granja la que se hunde, las posibilidades de que la tienda le siga los pasos ascenderían rápida y abruptamente si esa granja fuera su principal proveedor de lácteos.
Y la cosa es bastante más complicada. ¿Hasta qué punto pueden estar correlacionadas las probabilidades de incumplimiento de las obligaciones de pago de unos bonos o títulos de deuda emitidos por un granjero irlandés y los de una compañía de software de Malasia? Nada en absoluto, podríamos pensar. Ofrecen productos y servicios completamente diferentes y está geográficamente muy lejos uno de otro. Sin embargo, supongamos que esas dos compañías han obtenido sendos prestamos de un mismo banco sumido en serio problemas que ahora les esta reclamando la devolución de sus empréstitos. De hecho, eso fue, exactamente, lo que hundió a LTCM. ¿Qué correlación podría existir entre los bonos emitidos por los gobiernos rusos y mexicano? De acuerdo con el modelo de LTCM, ninguno. Pero la crisis financiera que se produjo en Rusia en 1998, cuando el Gobierno de Boris Yeltsin incumplió los compromisos de pago adquiridos por la emisión de bonos, causo el pánico en las transacciones de México, adonde los inversores habían acudido rápidamente para intentar liberar de riesgos sus respectivas carteras.
COPULA GAUSSIANA. Li, sin embargo, había reparado en ello. Siete años después, hablando para el Wall Street Journal, dijo: “De repente, pensé que el problema que yo estaba intentando resolver como actuario era el mismo que aquellos chicos trataba de solucionar. El impago de un préstamo es como la muerte de una compañía”.
En consecuencia, si él era capaz de adaptar a los mercados financieros las matemáticas que aplicaba al fallecimiento por corazón roto, habría dado con una forma de modelar matemáticamente el efecto que los impagos de una compañía puede tener en el incumplimiento de pagos por parte de otras.
Cuando los matemáticos y los físicos quiere describir las posibilidades de que ocurran determinados hechos, a menudo recurren a una curva denominada copula. Las copulas conectan entre sí variables de tal manera que su interdependencia puede ser debidamente estudiada. Durante su doctorado en Waterloo y su estancia en el CIBC, David LI siempre se habían mostrado muy interesados en encontrar la forma de utilizar dichas cópulas en relación con los fallecimientos a causa del síndrome del corazón roto.
Hasta entonces, se usaba las cadenas de Markov, pero éstas describían una perspectiva demasiado mecánica, física –atómica, incluso-, de la vida humana. Li pensó que, mediante una copula que mostrase una distribución probable de los resultados de podría obtener una descripción, más ajustada y global de un corazón roto. Y, de igual manera, de una compañía en quiebra.
Utilizo para ello un tipo estándar de curva –la copula gaussiana o curva de campana, para, por medio de ella, poder hacer un plano y determinar la correlación existente en una cartera de valores dada. De la misma manera que los actuarios podían calcular las posibilidades que existían de que Johnny Cash falleciera muy poco después de que lo hiciera June Carter sin saber nada acerca del propio Cash (salvo, naturalmente, el hecho de su reciente viudedad), los cuánticos podían ahora, gracias a las conclusiones de Li, describir las consecuencias que el impago de las obligaciones de pago de una empresa podrían tener sobre otra sin saber nada acerca de las propias compañías afectadas. En otras palabras, operar en los mercados financieros podía quedar reducido a un mero ejercicio de hacer números. En 2003, el trabajo publicado por Li ya se había hecho famosos en Wall Street. Por aquella época, Li era jefe global de investigación de derivados financieros de Citigroup. En la radiante mañana de un martes de noviembre, llegaba a la reunión anual del Congreso de Cuántica, un encuentro de las luminarias de las matemáticas financieras, para disfrutar de la gloria con una presentación de su trabajo. Enfrente de una sala atestada de cientos de colegas cuánticos explico ampliamente su modelo: la función de la cópula gaussiana en el incumplimiento de las obligaciones de pago.
SOLUCIÓN DEL ROMPECABEZAS. Aquella presentación fue un verdadero aluvión de ecuaciones, de variaciones aleatorias, de curvas y de matrices numéricas. Las preguntas que se le hicieron al final de la conferencia fueron muy respetuosas y de carácter técnico. Li, al parecer, había hallado la pieza final de un rompecabezas que las direcciones de riesgos de los bancos habían estado tratando e desmenuzar desde que los cuánticos llegaran a Wall Street. Ya en 2001, el de la correlación era un reto formidable. Un nuevo fanatismo se había adueñado de la Bolsa neoyorquina: las finanzas estructuradas. Erala culminación de dos década de cuánticos trabajando en Wall Street. La idea básica era simple: los bancos ya no tendrían que soportar riesgos nunca más. En su lugar, lo que hacían era evaluar dichos riesgos mediante modelos matemáticos, empaquetarlos y venderlos como cualquier otro título o valor normal y corriente. Las hipotecas fueron el primer ejemplo. En lugar de constituir una hipoteca y cobrar unos intereses durante toda la vida útil de dicha hipoteca, los bancos comenzaron a hacer paquetes de diferentes prestamos y a vendérselo a compañías pantalla de su propiedad –pero fuera de balance-, especialmente creadas a tales efectos. Estas compañías, a su vez, emitían bonos para incrementar sus ingresos por caja. Además utilizando el modelo y los sistemas matemáticos que estaba generando a marchas forzadas los cuánticos, los bancos podían diseñar la estructura de sus carteras de hipotecas para asegurarse de poder emitir bonos de riesgos muy variados destinados a su adquisición por inversores de todos los perfiles. El 10 de agosto de 2004, la empresa de calificación Moody´s incorporaba la fórmula de Li de la copula gaussiana en relación con los incumplimientos de pagos a su propia metodología de calificación de obligaciones de deuda colaterizadas (CDO), unos instrumentos característicos de las finanzas estructuradas que con el tiempo habrían de convertirse en la autentica Némesis de muchos bancos. Hasta entonces, Moody´s había insistido con firmeza en la idea de que las mencionadas CDO tuvieran una composición diferente, es decir, que cada una de ellas estuviera integrada por diferente4s tipos de activos (hipotecas comerciales, préstamo a estudiantes, deudas de tarjetas de crédito, deudas subprime…): el viejo adagio bursátil de que la mejor forma de protegerse ante el riesgo es evitar poner todos los huevos en la misma cesta…
La fórmula de Li, sin embargo, daba a Moody´s un modelo que le permitía calibrar la interrelación de los riesgos. Las buenas prácticas tradicionales podían tirarse tranquilamente por la ventana. El riesgo podía ser medido con una certeza matemática y no existía ya necesidad alguna de distribuir los huevos en cestas diferentes. Una semana después de que Moody´s la otra gran compañía de calificaciones, Standard & Poor´s, cambio también su metodología de trabajo.
Las CDO integradas únicamente por hipotecas subprime comenzaron a hacer furor. Utilizando el modelo de correlación mágico basado en la copula gaussiana y algún que otro ingenioso artificio de ingeniería fiscal fuera de balance, las hipotecas de alto riesgo fueron empaquetadas en lotes calificados con una triple A –la máxima calificación que otorgan- para inversores de primer nivel.
600.000 MILLONES DE DÓLARES. Lógicamente, el mercado de CDO se disparo. En 2000, la cifra total de CDO emitidas era de unas decenas de miles de millones de dólares; en 2007 ascendía ya a 600.000 millones de dólares. Con tantos inversores a la espera y dispuestos a colocar su dinero, dicha deuda se convirtió en algo extraordinariamente barato. En consecuencia, los precios de las viviendas se elevaron masivamente. Lo que sirvió para activar notablemente las economías de todo el mundo. Hoy, sin embargo, todos conocemos muy bien el desenlace de esa historia. El asunto comenzó a hacer aguas en el mercado de hipotecas subprime de EEUU. Los impagos empezaron a incrementarse a finales de 2006. A principios de 2007, ya estaba muy claro que el mercado de hipotecas subprime de EEUU tenía un grave problema. Hacia el verano de ese mismo año, propietarios de hogares de todos los lugares del país comenzaron a incumplir los compromisos de pago derivados de la concesión de sus hipotecas. Para agravar más las cosas, el modelo de correlación consideraba la situación del mercado de viviendas en los años 90, pero el sector inmobiliario se había convertido en un monstruo groseramente inflado que poco tenía que ver con el de sólo unos años antes. Las pérdidas que los banco comenzaban a asumir en relación con las CDO les habían dejado totalmente perplejos. Al mismo tiempo, se preocupaban, cada día más, de la solvencia del resto de instituciones financieras, dejando, en consecuencia, de prestarse fondos entes ellos, la liquidez global se drenó por completo.
La putrefacción se extendió desde una clase de riesgos a otra y las dificultades por las que estaban pasando los bancos alcanzaron a la economía real. Súbitamente, todo estaba altamente correlacionado. Pero, ¿en que había fallado la formula de Li a la hora de anticipar el colapso? Básicamente, e que presuponía hechos que tendían a aglomerarse en torno a un promedio, a un estado de cosas normal.
En el ámbito de las ciencias actuariales, la formula de Li podía acoger adecuadamente resultados binarios como la vida o la muerte. Pero en el complejo mundo de las hipotecas y de la economía en general, el rango de resultados posibles es mucho más aleatorio y de una complejidad muy superior. Las muertes por corazón roto, a pesar de todas sus connotaciones poéticas, son mucho más fáciles de predecir que las más prosaicas pero inescrutables interrelaciones existentes entre los mercados.
TALÓN DE AQUILES. ¿Por qué nadie se percató de que aquella formula tenía un talón de Aquiles? La verdad es que algunos sí lo hicieron. Nassi Nicholas Taleb, autor del best-seller El cisne negro – un libro sobre la importancia de tomar en consideración lo valores atípicos a la hora de estudiar una copula – fue muy crítico con las finanzas cuantitativas y la formula de Li. “La cosa nunca funciono”, asegura Taleb, “Todo lo que se basa en la correlación es pura charlatanería”. En 2007, David Li abandono Wall Street y regreso a China. Ha sido imposible contactar con él para la elaboración de este artículo. Sin embargo, dos años antes, es decir, antes de que el sistema financiero volar por lo aires, él ya lo había advertido: “Muy poca gente entiende la esencia de este modelo”:
Harry Panjer, profesor de Estadística y Ciencias Actuariales y mentor de Li cuando éste estudiaba en Waterloo, ha establecido un cierto equilibrio entre las acusaciones de Taleb y la postura de su pupilo. Como comentaba a principios de año en el diario Toronto Star, “existe un dicho sobre las estadísticas: “Todos los modelos son erróneos pero algunos son muy útiles”. Y la verdad es que, durante un tiempo, el modelo de David Li fue extraordinariamente útil.
Tomado de: Sam Jones, “Un cantante de country y el colapso de la economía”, en “El Mundo”, domingo 18 de agosto de 2009, Magazine, pp. 39 - 41
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viernes, 6 de agosto de 2010
NO DISPAREN AL TETRIS.
Hace 25 años nació un clásico de los videojuegos que es, además, el mejor argumento contra la mala fama de estos productos. Ya saben que es adictivo. ¿Pero sabían que ayuda en el estrés postraumático?
Tetris viene de tetra y tenis. No es que se parezca mucho al tenis, la verdad, pero el tenis era el videojuego por antonomasia en 1984, cuando el ingeniero informático Alexei Pájitnov invento el nuevo y sencillo programa llamada a revolucionar el sector. Y el prefijo tetra viene de los cuatro cuadraditos que componen cada pieza del juego, o cada tetrominó, que es el nombre culto de esos bloques que caen del cielo sobre el agobiado usuario. ¿De dónde puede venir tetrominó? Es fácil, luego lo veremos.
Los videojuegos han levantado toda clase suspicacias entre generaciones de padres y educadores. Pero no disparen al Tetris. Los 25 años del Tetris no sólo han escrito la historia de unos de los mayores éxitos de la industria del videojuego, sino también el mejor argumento contra la mala fama de estos productos. Un argumento que sigue creciendo hoy mismo.
Emily Holmes y sus colegas del departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford, por ejemplo, acaban de mostrar que el Tetris puede utilizase como una “•vacuna cognitiva” contra el estrés postraumáticos, la secuela psicológica más comuna entre los supervivientes y los testigos de un accidente, un atentado o una catástrofe natural. El estrés postraumático afecto a centenares de miles de personas –se convirtió en una cuestión de salud pública- tras los atentados del 11-S en Nueva York y del 11-M en Madrid. También veremos más abajo a que se debe el efecto vacunante del Tetris en éste y otros casos. Tiene que ver con un fenómeno bien conocido por las generaciones de adictos a este deporte electrónico: el efecto Tetris, una lluvia de tetrominós que te persigue en la imaginación y el sueño.
Sí, lo has adivinado “Tetrominó” viene de dominó. Una ficha de domino se compone de dos cuadraditos, y un tetrominó se construye con cuatro. El Tetris está dotado de la desconcertante simplicidad que caracteriza a todas las grandes ideas. Sólo hay siete tipos de tetrominós: el palo, formado por cuatro cuadraditos en fila india; la T, con tres cuadraditos de sombrero y uno de poste; la L, que no requiere mayor explicación, y la J, que es una L al otro lado del espejo; la S y la Z, que también son imágenes especulares una de otra; y por último, el único bloque que es igual en cualquier orientación, el cuadrado de cuatro cuadraditos.
Excepto en este último caso, la principal decisión que ha de tomar el jugador es como rotar cada bloque que se le viene encima. Y como no hay tiempo material para probar las cuatro orientaciones posibles, el éxito depende por entero de una operación esencial del cerebro – la “rotación mental de objetos”- y, antes aun, de los mecanismos generales por los que formamos imágenes mentales, el componente visual de nuestro modelo interior del mundo. El juego ha sido editado en toda clase de soportes electrónicos y tiene ya más versiones que el Summertime de George Gershwin, pero todas se basan en la misma idea de rotar bloques mientras caen. El objetivo del jugador es siempre que los bloques se posen formando una línea continua. Cuando esto ocurre, la línea se desintegra. En caso contrario, el sedimento de tetraminós sube y sube sin remedio –cada vez menos margen para rotar los nuevos tetraminós hasta asfixiar por entero la pantalla.
Pocos jugadores actuales de Tetris lo recordaran, pero hace 25 años no había caído aun el telón de acero. Alexéi Pájitnov era entonces un ingeniero del Centro de Computación Dorodnitsyn de la Academia de Ciencias Soviética, un prestigioso instituto científico fundado en 1955 que, por ejemplo, edita el Journal of Computational Mathematics and Mathematical Physics, un icono en el campo. Sus ingenieros en 1984, pese a ello, no debían estar muy asfixiados del trabajo, porque Pájitnov ideó y programó el Tetris en sus ratos libres. Ello no impidió que el programa pasara de forma inmediata y automática a la propiedad intelectual de la academia, que desde 1985 lo distribuyo gratis por toda la Unión Soviética y los países del Este europeo. La popularidad del juego, como es natural, se filtró a Occidente enseguida, hasta el punto de que las autoridades soviéticas fundaron una compañía, Elektronorgtechnica, o Elorg para abreviar, con el exclusivo propósito de comercializarlo y explotar su licencia al otro lado del muro. De este modo, Tetris comenzó su invasión de Occidente en 1986 sin que Pájitnov hubiera visto un rublo por su creación. El ingeniero emigro a Estados Unidos en 1991, poco después de la caída del muro, y fundó la Tetrys Company con su socio desde entonces, el empresario y diseñador de videojuegos holandés Henk Rogers. De modo decepcionante para millones de sus admiradores, pero quizá no del todo sorprendente, Pájitnov es ahora una voz muy crítica contra el software libre, una de las religiones modernas. Dice que los programas gratis paralizan la innovación industrial. Sabe de lo que habla.
El síntoma distintivo del estrés postraumático es la memoria intrusiva flash-back: las personas que sufrieron o presenciaron la situación traumática se ven asaltadas con frecuentica por imágenes vividas del suceso, memorias visuales y auditivas que les fuerzan a reexperimentar el horror del momento. Un flash-back típico entre los supervivientes de un accidente de tráfico es la imagen del coche que se les abalanza, acompañada por el ruido de neumáticos chirriantes. Estas memorias intrusivas son impredecibles, inevitables y tan reales que suponen una experiencia casi tan angustiosa como la original. Son estas memorias intrusivas las que pueden evitarse o aminorarse si el paciente juega al Tetris, según ha demostrado los psiquiatras de Oxford que mencione antes. Para ello hay que usar el juego de modo preventivo, en las semanas siguientes al suceso traumático, y antes de que los flash-backs lleguen con toda su fuerza.
La razón es que el Tetris es en sí mismo una memoria intrusiva, y del mismo tipo espacio-visual que los flash-backs del horror. Una pregunta común de los tests psicológicos es si dos dibujos distintos representan dos orientaciones del mismo objeto. Lo resolvemos “rotando mentalmente” el objeto, como pone de manifiesto un hecho elocuente: nuestro tiempo de respuesta es directamente proporcional al ángulo que distingue a un dibujo de otro. El laboratorio de Herbert Bauer, en Viena, ha demostrado que la “rotación mental” es indisociable de la actividad de una parte del córtex motor, la misma que usamos cuando queremos mover un objeto de verdad. Se trata, según Bauer, de “una simulación interna de la rotación real de un objeto”. Jugar al Tetris es una tarea espacial basada en esos mismos mecanismos básicos del córtex cerebral: la rotación simulada de objetos y la formación de imágenes mentales. También se asocia a menudo a la “memoria intrusiva”, pues mucha gente ha sido asaltada por imágenes de bloques cayendo después de haber jugado. Es el llamado efecto Tetris, que también ocurre durante el sueño y en una etapa concreta: el sueño-a, durante el que se consolidan las memorias.
El Tetris también es interesante desde un punto de vista matemático. Imagina el problema de escoger, entre los 400 invitados a un congreso, a aquellos 100 que conviene alojar en el mejor hotel de la ciudad. El hotel sólo tiene 50 habitaciones, así que los 100 elegidos tendrán que acomodarse dos a dos. Y, además, hay una amplia lista de parejas incompatibles. Cuando intentas resolver un problema de este tipo, te das cuenta pronto de que no hay ninguna fórmula simple que pueda generar conjunto de soluciones posibles. La única fórmula es hacerlo a lo bestia: probando todas las posibles listas de 100 invitados, agrupándolos dos a dos de todas las formas imaginables. Y eso es inviable, porque ya, de entrada, el número de posibles formas de seleccionar 100 adictos del grupo de 400 es mayor que el número de átomos en el universo conocido. Se trata de un típico problema NP-difícil (NP-hard), que se puede definir como una pregunta tal que cada respuesta tentativa es fácil de confirmar o descartar, pero que no puede resolverse de forma sistemática en un tiempo razonable, ni siquiera con el más potente ordenador. Los problemas NP-hard son uno de los “siete enigmas matemáticos del milenio” por los que el Instituto de Matemáticas Clay ofrece una recompensa de un millón de dólares. Erik Demaine, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), demostró hace unos años que el Tetris es un problema NP-hard. Esto quiere decir que no hay forma de programar un ordenador para que juegue al Tetris de manera rápida y eficaz como un jugador humano experto.
También quiere decir que los jugadores humanos, por muy expertos que sean tienen que juagar cada vez de verdad, sin posibilidad de aplicar estrategias simples y generales de probada eficacia. Esta es la razón de que genere adicción. “El juego es horriblemente adictivo porque supones un gran desafío intelectual”, ha explicado Demaine. “El Tetris es bueno para tu cerebro”, suele repetir Henk Rogers, el socio holandés de Pájitnov. Por una vez, no hay nada que objetar a un eslogan.
Tomado de: Javier Sampedro, “No disparen al Tetris”, en “El País”, domingo 26 de julio de 2009, El país semanal, pp. 20 - 23
Tetris viene de tetra y tenis. No es que se parezca mucho al tenis, la verdad, pero el tenis era el videojuego por antonomasia en 1984, cuando el ingeniero informático Alexei Pájitnov invento el nuevo y sencillo programa llamada a revolucionar el sector. Y el prefijo tetra viene de los cuatro cuadraditos que componen cada pieza del juego, o cada tetrominó, que es el nombre culto de esos bloques que caen del cielo sobre el agobiado usuario. ¿De dónde puede venir tetrominó? Es fácil, luego lo veremos.
Los videojuegos han levantado toda clase suspicacias entre generaciones de padres y educadores. Pero no disparen al Tetris. Los 25 años del Tetris no sólo han escrito la historia de unos de los mayores éxitos de la industria del videojuego, sino también el mejor argumento contra la mala fama de estos productos. Un argumento que sigue creciendo hoy mismo.
Emily Holmes y sus colegas del departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford, por ejemplo, acaban de mostrar que el Tetris puede utilizase como una “•vacuna cognitiva” contra el estrés postraumáticos, la secuela psicológica más comuna entre los supervivientes y los testigos de un accidente, un atentado o una catástrofe natural. El estrés postraumático afecto a centenares de miles de personas –se convirtió en una cuestión de salud pública- tras los atentados del 11-S en Nueva York y del 11-M en Madrid. También veremos más abajo a que se debe el efecto vacunante del Tetris en éste y otros casos. Tiene que ver con un fenómeno bien conocido por las generaciones de adictos a este deporte electrónico: el efecto Tetris, una lluvia de tetrominós que te persigue en la imaginación y el sueño.
Sí, lo has adivinado “Tetrominó” viene de dominó. Una ficha de domino se compone de dos cuadraditos, y un tetrominó se construye con cuatro. El Tetris está dotado de la desconcertante simplicidad que caracteriza a todas las grandes ideas. Sólo hay siete tipos de tetrominós: el palo, formado por cuatro cuadraditos en fila india; la T, con tres cuadraditos de sombrero y uno de poste; la L, que no requiere mayor explicación, y la J, que es una L al otro lado del espejo; la S y la Z, que también son imágenes especulares una de otra; y por último, el único bloque que es igual en cualquier orientación, el cuadrado de cuatro cuadraditos.
Excepto en este último caso, la principal decisión que ha de tomar el jugador es como rotar cada bloque que se le viene encima. Y como no hay tiempo material para probar las cuatro orientaciones posibles, el éxito depende por entero de una operación esencial del cerebro – la “rotación mental de objetos”- y, antes aun, de los mecanismos generales por los que formamos imágenes mentales, el componente visual de nuestro modelo interior del mundo. El juego ha sido editado en toda clase de soportes electrónicos y tiene ya más versiones que el Summertime de George Gershwin, pero todas se basan en la misma idea de rotar bloques mientras caen. El objetivo del jugador es siempre que los bloques se posen formando una línea continua. Cuando esto ocurre, la línea se desintegra. En caso contrario, el sedimento de tetraminós sube y sube sin remedio –cada vez menos margen para rotar los nuevos tetraminós hasta asfixiar por entero la pantalla.
Pocos jugadores actuales de Tetris lo recordaran, pero hace 25 años no había caído aun el telón de acero. Alexéi Pájitnov era entonces un ingeniero del Centro de Computación Dorodnitsyn de la Academia de Ciencias Soviética, un prestigioso instituto científico fundado en 1955 que, por ejemplo, edita el Journal of Computational Mathematics and Mathematical Physics, un icono en el campo. Sus ingenieros en 1984, pese a ello, no debían estar muy asfixiados del trabajo, porque Pájitnov ideó y programó el Tetris en sus ratos libres. Ello no impidió que el programa pasara de forma inmediata y automática a la propiedad intelectual de la academia, que desde 1985 lo distribuyo gratis por toda la Unión Soviética y los países del Este europeo. La popularidad del juego, como es natural, se filtró a Occidente enseguida, hasta el punto de que las autoridades soviéticas fundaron una compañía, Elektronorgtechnica, o Elorg para abreviar, con el exclusivo propósito de comercializarlo y explotar su licencia al otro lado del muro. De este modo, Tetris comenzó su invasión de Occidente en 1986 sin que Pájitnov hubiera visto un rublo por su creación. El ingeniero emigro a Estados Unidos en 1991, poco después de la caída del muro, y fundó la Tetrys Company con su socio desde entonces, el empresario y diseñador de videojuegos holandés Henk Rogers. De modo decepcionante para millones de sus admiradores, pero quizá no del todo sorprendente, Pájitnov es ahora una voz muy crítica contra el software libre, una de las religiones modernas. Dice que los programas gratis paralizan la innovación industrial. Sabe de lo que habla.
El síntoma distintivo del estrés postraumático es la memoria intrusiva flash-back: las personas que sufrieron o presenciaron la situación traumática se ven asaltadas con frecuentica por imágenes vividas del suceso, memorias visuales y auditivas que les fuerzan a reexperimentar el horror del momento. Un flash-back típico entre los supervivientes de un accidente de tráfico es la imagen del coche que se les abalanza, acompañada por el ruido de neumáticos chirriantes. Estas memorias intrusivas son impredecibles, inevitables y tan reales que suponen una experiencia casi tan angustiosa como la original. Son estas memorias intrusivas las que pueden evitarse o aminorarse si el paciente juega al Tetris, según ha demostrado los psiquiatras de Oxford que mencione antes. Para ello hay que usar el juego de modo preventivo, en las semanas siguientes al suceso traumático, y antes de que los flash-backs lleguen con toda su fuerza.
La razón es que el Tetris es en sí mismo una memoria intrusiva, y del mismo tipo espacio-visual que los flash-backs del horror. Una pregunta común de los tests psicológicos es si dos dibujos distintos representan dos orientaciones del mismo objeto. Lo resolvemos “rotando mentalmente” el objeto, como pone de manifiesto un hecho elocuente: nuestro tiempo de respuesta es directamente proporcional al ángulo que distingue a un dibujo de otro. El laboratorio de Herbert Bauer, en Viena, ha demostrado que la “rotación mental” es indisociable de la actividad de una parte del córtex motor, la misma que usamos cuando queremos mover un objeto de verdad. Se trata, según Bauer, de “una simulación interna de la rotación real de un objeto”. Jugar al Tetris es una tarea espacial basada en esos mismos mecanismos básicos del córtex cerebral: la rotación simulada de objetos y la formación de imágenes mentales. También se asocia a menudo a la “memoria intrusiva”, pues mucha gente ha sido asaltada por imágenes de bloques cayendo después de haber jugado. Es el llamado efecto Tetris, que también ocurre durante el sueño y en una etapa concreta: el sueño-a, durante el que se consolidan las memorias.
El Tetris también es interesante desde un punto de vista matemático. Imagina el problema de escoger, entre los 400 invitados a un congreso, a aquellos 100 que conviene alojar en el mejor hotel de la ciudad. El hotel sólo tiene 50 habitaciones, así que los 100 elegidos tendrán que acomodarse dos a dos. Y, además, hay una amplia lista de parejas incompatibles. Cuando intentas resolver un problema de este tipo, te das cuenta pronto de que no hay ninguna fórmula simple que pueda generar conjunto de soluciones posibles. La única fórmula es hacerlo a lo bestia: probando todas las posibles listas de 100 invitados, agrupándolos dos a dos de todas las formas imaginables. Y eso es inviable, porque ya, de entrada, el número de posibles formas de seleccionar 100 adictos del grupo de 400 es mayor que el número de átomos en el universo conocido. Se trata de un típico problema NP-difícil (NP-hard), que se puede definir como una pregunta tal que cada respuesta tentativa es fácil de confirmar o descartar, pero que no puede resolverse de forma sistemática en un tiempo razonable, ni siquiera con el más potente ordenador. Los problemas NP-hard son uno de los “siete enigmas matemáticos del milenio” por los que el Instituto de Matemáticas Clay ofrece una recompensa de un millón de dólares. Erik Demaine, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), demostró hace unos años que el Tetris es un problema NP-hard. Esto quiere decir que no hay forma de programar un ordenador para que juegue al Tetris de manera rápida y eficaz como un jugador humano experto.
También quiere decir que los jugadores humanos, por muy expertos que sean tienen que juagar cada vez de verdad, sin posibilidad de aplicar estrategias simples y generales de probada eficacia. Esta es la razón de que genere adicción. “El juego es horriblemente adictivo porque supones un gran desafío intelectual”, ha explicado Demaine. “El Tetris es bueno para tu cerebro”, suele repetir Henk Rogers, el socio holandés de Pájitnov. Por una vez, no hay nada que objetar a un eslogan.
Tomado de: Javier Sampedro, “No disparen al Tetris”, en “El País”, domingo 26 de julio de 2009, El país semanal, pp. 20 - 23
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miércoles, 4 de agosto de 2010
Ositos y soldados
Hable aquí hace cuatro semanas de dos figuras de madera policromada que están en mi casa, y conté como una de ellas –un gaitero escocés- llego hasta aquí no porque me gustara, sino por no querer yo separarlas de su compañera –una especie de edecán hindú-, con la que habrían compartido escaparate durante muchos años en la vieja tienda de la que las rescate. Supuse que la confesión de esta puerilidad me costaría algunas burlas, pero no ha sido así de momento. Es posible, por tanto, que haya más gente de la que imaginaba capacitada para entenderlas, y aun para atribuir a ciertos objetos inanimados –sobre todo si son muñecos- vidas suyas imaginarias. La hay sin duda entre las mujeres. A lo largo de mi vida he conocido a unas cuantas que, siendo ya adultas, no tenían reparo –claro está: una vez ganada confianza- en reconocer que seguían durmiendo con sus ositos de peluche recibidos en la infancia o incluso más arde. Alguna ha llegado a decirme que, de declararse un incendio en su casa, lo único que cogería antes de salir escopetada seria ese osito que lleva acompañándola desde su nacimiento, ya maltrecho y recosido. En lo que respecta a los hombres, sólo sé de dos amigos ingleses que siente adoración por sus osos, pero es probable que no sean los únicos. Semejante confidencia es casi inimaginable en varones españoles, aunque algunos tenemos todavía en mucho una espada descolorida o un casco de romano con los que libramos cruciales batallas.
Hace unos años, Sotheby´s celebro una subasta de viejos osos de peluche en Londres. Uno de los lotes se componía de trescientos noventa y ocho, nada menos, fechados entre 1914 y 1931 y que habían pertenecido a dos gemelos soldados: el coronel Sir Guy Capmbell, que había servido en los Kings Royal Rifles (60º Regimiento), y el Mayor David Capmbell, quien había formado parte de la Guardia Negra (Royal Highland Regiment). Habían nacido en 1910 y de niños pasaban sus vacaciones en la casa solariega de su abuela. Siempre jugaron juntos, y su juego preferido era la escenificación de famosas batallas a cargo de sus numerosos osos, sin desdeñar las navales, para las que construían elaborados galeones de cartón que los propios peluches tripulaban, previa planificación, en complicados dibujos, de lo que luego iban a escenificar. Tanto era su entusiasmo que la abuela, por Navidad, les regalaba invariablemente más miniaturas en vez de dinero, y siguió haciéndolo hasta su muerte, en 1931, cuando los gemelos ya contaban veintiuna los. Los casi cuatrocientos osos Vivian en una maleta, con la tapa cuidadosamente abierta para que no les faltara el aire. Como no podía ser menos, cada hermano tenía un oso favorito: el de Guy se llamaba “Young” y el de David, “Grubby”.
Los dos Capmbell combatieron y se distinguieron durante la Segunda Guerra Mundial, por la que cada uno paseo a su inseparable osito. Ambos fueron condecorados con la Military Cross. El entonces Capitán Guy Capmbell, en compañía del osito “Young”, estuvo al mando de una patrulla durante sus operaciones en el área del Nilo Azul, y así reza su mención: “En la primera acción del 9 de marzo de 1941 en Afodu, el capitán Capmbell fue el manifiesto inspirador del entero ataque de los nubios. Mostro un valor serenos y sensato y en todo momento condujo a sus hombres con acusados brío y determinación. En posteriores acciones en la misma zona, y en especial en la del 17 de mayo de 1941 al norte de Chilga, volvió a guiar a su compañía con empuje y valor sobresalientes, tomando con éxito la principal escarpadura, recibiendo una herida en la cabeza y abandonando su compañía sólo cuando le fue ordenado”. Por su parte, el entonces Teniente Segundo David Capmbell, asistido por “Gruby”, “mostro notables iniciativa y valor al conducir a su patrulla en la región del Saar (Francia), en mayo de 1940… a lo largo de tres semanas, y a menudo bajo muy intenso fuego de ametralladoras, la inventiva y el valor de este oficial fueron de primerísima categoría”. David estuvo a punto de perder a su oso “Grubby” cuando las tropas de Rommel lo capturaron en Saint-Valery. Los soldados nazis no daban crédito a sus ojos cuando, al registrarlo, el encontraron el peluche. Se lo arrebataron y se ensañaron con sus burlas. Pero entonces intervino un oficial alemán, quien al instante le devolvió a David su osito, considerando que no estaba bien “confiscarle a un hombre su mascota de la suerte”. Nunca más volvieron a estar separados, y “Grubby” acompaño a David al campo de prisioneros de guerra que fue enviado, en Laufen (Alemania), donde pasaron los tres años siguientes. David jamás olvido al extraño y compresivo gesto de aquel oficial alemán, al que guardo gratitud hasta su muerte. Quién sabe si este no tenía también un oso en su casa, al que no se había atrevido a llevar al frente.
He visto unas fotos de los valerosos gemelos. En una aparecen con doce o trece años, tocados con chisteras y con las manos en los bolsillos. En otra se ve a Guy con barba y turbante, uniforme colonial y el correspondiente pantalón corto. En la tercera, David lleva asimismo uniforme con Kilt – es decir, falda escocesa-, como toca a un miembro de la Guardia Negra. En suma, los dos, de adultos, aunque muy bravos soldados, nos enseñan las rodillas. Y ahora que lo pienso: turbante y Kilt, exactamente igual que mis figuras del edecán y el gaitero.
Tomado de: Javier Marías, “Ositos y soldados”, en “El País”, domingo 9 de noviembre de 2008, El país semanal, pp. 112
Hace unos años, Sotheby´s celebro una subasta de viejos osos de peluche en Londres. Uno de los lotes se componía de trescientos noventa y ocho, nada menos, fechados entre 1914 y 1931 y que habían pertenecido a dos gemelos soldados: el coronel Sir Guy Capmbell, que había servido en los Kings Royal Rifles (60º Regimiento), y el Mayor David Capmbell, quien había formado parte de la Guardia Negra (Royal Highland Regiment). Habían nacido en 1910 y de niños pasaban sus vacaciones en la casa solariega de su abuela. Siempre jugaron juntos, y su juego preferido era la escenificación de famosas batallas a cargo de sus numerosos osos, sin desdeñar las navales, para las que construían elaborados galeones de cartón que los propios peluches tripulaban, previa planificación, en complicados dibujos, de lo que luego iban a escenificar. Tanto era su entusiasmo que la abuela, por Navidad, les regalaba invariablemente más miniaturas en vez de dinero, y siguió haciéndolo hasta su muerte, en 1931, cuando los gemelos ya contaban veintiuna los. Los casi cuatrocientos osos Vivian en una maleta, con la tapa cuidadosamente abierta para que no les faltara el aire. Como no podía ser menos, cada hermano tenía un oso favorito: el de Guy se llamaba “Young” y el de David, “Grubby”.
Los dos Capmbell combatieron y se distinguieron durante la Segunda Guerra Mundial, por la que cada uno paseo a su inseparable osito. Ambos fueron condecorados con la Military Cross. El entonces Capitán Guy Capmbell, en compañía del osito “Young”, estuvo al mando de una patrulla durante sus operaciones en el área del Nilo Azul, y así reza su mención: “En la primera acción del 9 de marzo de 1941 en Afodu, el capitán Capmbell fue el manifiesto inspirador del entero ataque de los nubios. Mostro un valor serenos y sensato y en todo momento condujo a sus hombres con acusados brío y determinación. En posteriores acciones en la misma zona, y en especial en la del 17 de mayo de 1941 al norte de Chilga, volvió a guiar a su compañía con empuje y valor sobresalientes, tomando con éxito la principal escarpadura, recibiendo una herida en la cabeza y abandonando su compañía sólo cuando le fue ordenado”. Por su parte, el entonces Teniente Segundo David Capmbell, asistido por “Gruby”, “mostro notables iniciativa y valor al conducir a su patrulla en la región del Saar (Francia), en mayo de 1940… a lo largo de tres semanas, y a menudo bajo muy intenso fuego de ametralladoras, la inventiva y el valor de este oficial fueron de primerísima categoría”. David estuvo a punto de perder a su oso “Grubby” cuando las tropas de Rommel lo capturaron en Saint-Valery. Los soldados nazis no daban crédito a sus ojos cuando, al registrarlo, el encontraron el peluche. Se lo arrebataron y se ensañaron con sus burlas. Pero entonces intervino un oficial alemán, quien al instante le devolvió a David su osito, considerando que no estaba bien “confiscarle a un hombre su mascota de la suerte”. Nunca más volvieron a estar separados, y “Grubby” acompaño a David al campo de prisioneros de guerra que fue enviado, en Laufen (Alemania), donde pasaron los tres años siguientes. David jamás olvido al extraño y compresivo gesto de aquel oficial alemán, al que guardo gratitud hasta su muerte. Quién sabe si este no tenía también un oso en su casa, al que no se había atrevido a llevar al frente.
He visto unas fotos de los valerosos gemelos. En una aparecen con doce o trece años, tocados con chisteras y con las manos en los bolsillos. En otra se ve a Guy con barba y turbante, uniforme colonial y el correspondiente pantalón corto. En la tercera, David lleva asimismo uniforme con Kilt – es decir, falda escocesa-, como toca a un miembro de la Guardia Negra. En suma, los dos, de adultos, aunque muy bravos soldados, nos enseñan las rodillas. Y ahora que lo pienso: turbante y Kilt, exactamente igual que mis figuras del edecán y el gaitero.
Tomado de: Javier Marías, “Ositos y soldados”, en “El País”, domingo 9 de noviembre de 2008, El país semanal, pp. 112
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domingo, 28 de marzo de 2010
EL ARTE DE MECER
Esta mañana, a la hora del almuerzo, escuche a mi hija Morgana contar los cuentos que les cuenta, a ella y a Stefan, su marido, la compañía de Cable Mágico para justificar su demora en instalarles el sistema de televisión por cable. Les juran que irán esta tarde, mañana, mañana en la tarde, y nunca van. Hartos de este cuento, han decidido pasarse a la competencia. Direct TV, a ver si es más puntual.
Lo ocurrido a Stefan y Morgana me ha tenido varias horas recordando la maravillosa historia de Ventilaciones Rodríguez S.A. que viví y padecí cerca de doce meses, aquí en Lima, hace la broma de treinta años. Nos habíamos comprado una casa en el rincón de la ciudad que queríamos, frente al mar de Barranco, y un arquitecto amigo, Cartucho Miro Quesada, me había diseñado en toda la segunda planta el estudio de mis sueños: estantes para libros, un escritorio larguísimo de tablero muy grueso, una escuadra de sillones para conversar con los amigos, y una chimenea junto a la cual habría un confortable muy cómodo y una buena lámpara para leer.
Las circunstancias harían que la pieza más memorable del estudio fuera, con el tiempo y por imprevistas razones, la chimenea. Era de metal, aérea y cilíndrica y Cartucho la había diseñado él mismo, como una escultura. ¿Quién la fabricaría? Alguien, tal vez el mismo Cartucho, me recomendó a esa indescriptible empresa de apelativo refrigerado: Ventilaciones Rodríguez S.A. Recuerdo perfectamente aquella tarde, a la hora del crepúsculo, en que su propietario y gerente, el ingeniero Rodríguez, compareció en mi todavía inexistente estudio para firmar el contrato. Era joven, enérgico, hablador, ferozmente simpático. Escucho las explicaciones del arquitecto, ausculto los planos con ojos zahories, comentó dos o tres detalles con la seguridad del experto y sentencio: “La chimenea estará lista en dos semanas”.
Le explicamos que no debía apurarse tanto. El estudio solo estaría terminado dentro de mes y medio. “Ese es su problema”, declaró, “Yo la tendré lista en quince días. Ustedes podrán recogerla cuando quieran”.
Partió como una exhalación y nunca más lo volvería a ver, hasta ahora. Pero juro que su nombre y su fantasma fueron la presencia más constante y recurrente en todos los meses sucesivos a aquel único encuentro, mientras el estudio se acababa de construir y se llenaba de libros, papeles, discos, maquinas de escribir, cuadros, muebles, alfombras, y el hueco del techo seguía allí, mostrando el grisáceo cielo de Lima y esperando la chimenea que nunca llegaba.
Mis contactos con Ventilaciones Rodríguez S.A. fueron intensos, pero solo telefónicos. En algún momento yo llegue a contraer una pasión enfermiza por la secretaria del ingeniero Rodríguez, a quien tampoco nunca vi la cara ni conocí su nombre. Pero recuerdo su voz, sus zalamerías, sus pausas, sus inflexiones, su teatro cotidiano, como si la hubiera llamado hace media hora. Hablar con ella cada mañana, los cinco días hábiles de la semana, se convirtió en un rito irrompible de mi vida, como leer los periódicos, tomar desayuno y ducharme.
“¿Qué cuento me va usted a contar hoy día, señorita?”, la saludaba yo. Ella nunca se enojaba. Tenía la misma irresistible simpatía de su jefe y, risueña y amable, se interesaba por mi salud y mi familia antes de desmoralizarme con el pretexto del día. Confieso que yo esperaba ese instante con verdadera fascinación. Jamás se repetía, tenía un repertorio infinito de explicaciones para justificar lo injustificable: que pasaban las semanas, los meses, los trimestres y la maldita chimenea nunca llegaba a mi casa. Ocurrían cosas banales, como que el señor de la fundición caía preso de una gripe con fiebres elevadas, o verdaderas catástrofes como incendios o fallecimientos. Todo valía. Un día, que yo había perdido la paciencia y vociferaba en el teléfono como un energúmeno, la versátil secretaria me desarmo de esta manera:
“Ay, señor Vargas Llosa, usted riñéndome y amargándose la vida y yo desde aquí mirando el cielo, le digo”.
“¿Cómo que viendo el cielo? ¿Qué quiere usted decir?” “Que se nos ha caído el techo, le juro. Anoche, cuando no había nadie. Pero no es ese accidente lo que me da más pena, sino haber quedado mal con usted. Mañana le llevamos su chimenea sin falta, palabra”. Un día tuvo la extraordinaria sangre fría de asegurarme lo siguiente: “Ay, señor Vargas Llosa, usted haciéndose tan mala sangre y yo viendo desde aquí su chimenea linda, nuevecita, partiendo en el camión que se la lleva a su casa”. Mentía tan maravillosamente bien, con tanto aplomo y dulzura, que era imposible no creerle. Al día siguiente, cuando la llamé para decirle que no era posible que el camión que me traía la chimenea se demorara más de veinticuatro horas en llegar de la avenida Colonial de Lima hasta Barranco (no más de diez kilómetros) se sobrepaso a sí misma, asegurándome en el acto, con acento afligido y casi lloroso: “Ay, usted no se imagina la desgracia terrible que ocurrió: el camión con su chimenea chocó y ahora el chofer esta con conmoción cerebral en el Hospital Obrero. Felizmente, su chimenea no tuvo ni un rasguño”. La historia duro más de un año. Cuando la chimenea llegó por fin a la casa de Barranco ya casi nos habíamos acostumbrado al hueco del techo por el que, un día, una paloma distraída se extravió y aterrizo en mi escritorio. Lo más divertido –o trágico- del final de este episodio fue que a la chimenea bendita solo pudimos usarla una vez. Con resultados desastrosos: el estudio de llenó de humo, todo se ensució y yo tuve un comienzo de asfixia. Nunca más intentamos encenderla.
Aquella secretaria mitológica de Ventilaciones Rodríguez S.A. era una cultora soberbia de una práctica tan extendida en el Perú que es poco menos que un deporte nacional, el arte de mecer. “Mecer” es un peruanismo que quiere decir mantener largo tiempo a una persona en la indefinición y en el engaño, pero no de una manera cruda o burda, sino amable y hasta afectuosa, adormeciéndola, sumergiéndola en una vaga confusión, dorándole la píldora, contándole el cuento, mareándola y aturdiéndola de tal manera que se crea que sí, aunque sea no, de manera que por cansancio termine por abandonar o desistir de lo que reclama o pretende conseguir. La víctima, si ha sido “mecida” con talento, pese a darse cuenta en un momento dado que le han metido el dedo a la boca, no se enoja, termina por resignarse a su derrota y queda hasta contenta, reconociendo y admirando incluso el buen trabajo con hecho con ella. “Mecer” es un quehacer difícil, que requiere talento histriónico, parla suasoria, gracia, desfachatez, simpatía y sólo una pisca de cinismo.
Detrás del “meceo” hay, por supuesto, informalidad y una tabla de valores trastocada. Pero, también, una filosofía frívola, que considera la vida como una representación en la que la verdad y la mentira son relativas y canjeables, en función, no de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre las palabras y las cosas, sino de la capacidad de persuasión del que “mece” frente a quienes es “mecido”. En última instancia, la vida, para esta manera de actuar y esta moral, es teatro puro. El resultado práctico de vivir “meciendo” o siendo “mecido” es que todo se demora, anda mal, nada funciona y reinan por doquier la confusión y la frustración. Pero eso es una consideración mezquinamente pragmática del arte de mecer. La generosa y artística es que, gracias al meceo, la vida es pura diversión, farsa, astracanada, juego, mojiganga.
Si los peruanos invirtieran toda la fantasía y la destreza que ponen en “mecerse” unos a otros, en hacer bien las cosas y cumplir sus compromisos, este sería el país más desarrollado del mundo. ¡Pero qué aburrido!
Tomado de: Mario Vargas Llosa, “El arte de mecer”, en EL COMERCIO, 21 de Febrero de 2010, p. a4
Lo ocurrido a Stefan y Morgana me ha tenido varias horas recordando la maravillosa historia de Ventilaciones Rodríguez S.A. que viví y padecí cerca de doce meses, aquí en Lima, hace la broma de treinta años. Nos habíamos comprado una casa en el rincón de la ciudad que queríamos, frente al mar de Barranco, y un arquitecto amigo, Cartucho Miro Quesada, me había diseñado en toda la segunda planta el estudio de mis sueños: estantes para libros, un escritorio larguísimo de tablero muy grueso, una escuadra de sillones para conversar con los amigos, y una chimenea junto a la cual habría un confortable muy cómodo y una buena lámpara para leer.
Las circunstancias harían que la pieza más memorable del estudio fuera, con el tiempo y por imprevistas razones, la chimenea. Era de metal, aérea y cilíndrica y Cartucho la había diseñado él mismo, como una escultura. ¿Quién la fabricaría? Alguien, tal vez el mismo Cartucho, me recomendó a esa indescriptible empresa de apelativo refrigerado: Ventilaciones Rodríguez S.A. Recuerdo perfectamente aquella tarde, a la hora del crepúsculo, en que su propietario y gerente, el ingeniero Rodríguez, compareció en mi todavía inexistente estudio para firmar el contrato. Era joven, enérgico, hablador, ferozmente simpático. Escucho las explicaciones del arquitecto, ausculto los planos con ojos zahories, comentó dos o tres detalles con la seguridad del experto y sentencio: “La chimenea estará lista en dos semanas”.
Le explicamos que no debía apurarse tanto. El estudio solo estaría terminado dentro de mes y medio. “Ese es su problema”, declaró, “Yo la tendré lista en quince días. Ustedes podrán recogerla cuando quieran”.
Partió como una exhalación y nunca más lo volvería a ver, hasta ahora. Pero juro que su nombre y su fantasma fueron la presencia más constante y recurrente en todos los meses sucesivos a aquel único encuentro, mientras el estudio se acababa de construir y se llenaba de libros, papeles, discos, maquinas de escribir, cuadros, muebles, alfombras, y el hueco del techo seguía allí, mostrando el grisáceo cielo de Lima y esperando la chimenea que nunca llegaba.
Mis contactos con Ventilaciones Rodríguez S.A. fueron intensos, pero solo telefónicos. En algún momento yo llegue a contraer una pasión enfermiza por la secretaria del ingeniero Rodríguez, a quien tampoco nunca vi la cara ni conocí su nombre. Pero recuerdo su voz, sus zalamerías, sus pausas, sus inflexiones, su teatro cotidiano, como si la hubiera llamado hace media hora. Hablar con ella cada mañana, los cinco días hábiles de la semana, se convirtió en un rito irrompible de mi vida, como leer los periódicos, tomar desayuno y ducharme.
“¿Qué cuento me va usted a contar hoy día, señorita?”, la saludaba yo. Ella nunca se enojaba. Tenía la misma irresistible simpatía de su jefe y, risueña y amable, se interesaba por mi salud y mi familia antes de desmoralizarme con el pretexto del día. Confieso que yo esperaba ese instante con verdadera fascinación. Jamás se repetía, tenía un repertorio infinito de explicaciones para justificar lo injustificable: que pasaban las semanas, los meses, los trimestres y la maldita chimenea nunca llegaba a mi casa. Ocurrían cosas banales, como que el señor de la fundición caía preso de una gripe con fiebres elevadas, o verdaderas catástrofes como incendios o fallecimientos. Todo valía. Un día, que yo había perdido la paciencia y vociferaba en el teléfono como un energúmeno, la versátil secretaria me desarmo de esta manera:
“Ay, señor Vargas Llosa, usted riñéndome y amargándose la vida y yo desde aquí mirando el cielo, le digo”.
“¿Cómo que viendo el cielo? ¿Qué quiere usted decir?” “Que se nos ha caído el techo, le juro. Anoche, cuando no había nadie. Pero no es ese accidente lo que me da más pena, sino haber quedado mal con usted. Mañana le llevamos su chimenea sin falta, palabra”. Un día tuvo la extraordinaria sangre fría de asegurarme lo siguiente: “Ay, señor Vargas Llosa, usted haciéndose tan mala sangre y yo viendo desde aquí su chimenea linda, nuevecita, partiendo en el camión que se la lleva a su casa”. Mentía tan maravillosamente bien, con tanto aplomo y dulzura, que era imposible no creerle. Al día siguiente, cuando la llamé para decirle que no era posible que el camión que me traía la chimenea se demorara más de veinticuatro horas en llegar de la avenida Colonial de Lima hasta Barranco (no más de diez kilómetros) se sobrepaso a sí misma, asegurándome en el acto, con acento afligido y casi lloroso: “Ay, usted no se imagina la desgracia terrible que ocurrió: el camión con su chimenea chocó y ahora el chofer esta con conmoción cerebral en el Hospital Obrero. Felizmente, su chimenea no tuvo ni un rasguño”. La historia duro más de un año. Cuando la chimenea llegó por fin a la casa de Barranco ya casi nos habíamos acostumbrado al hueco del techo por el que, un día, una paloma distraída se extravió y aterrizo en mi escritorio. Lo más divertido –o trágico- del final de este episodio fue que a la chimenea bendita solo pudimos usarla una vez. Con resultados desastrosos: el estudio de llenó de humo, todo se ensució y yo tuve un comienzo de asfixia. Nunca más intentamos encenderla.
Aquella secretaria mitológica de Ventilaciones Rodríguez S.A. era una cultora soberbia de una práctica tan extendida en el Perú que es poco menos que un deporte nacional, el arte de mecer. “Mecer” es un peruanismo que quiere decir mantener largo tiempo a una persona en la indefinición y en el engaño, pero no de una manera cruda o burda, sino amable y hasta afectuosa, adormeciéndola, sumergiéndola en una vaga confusión, dorándole la píldora, contándole el cuento, mareándola y aturdiéndola de tal manera que se crea que sí, aunque sea no, de manera que por cansancio termine por abandonar o desistir de lo que reclama o pretende conseguir. La víctima, si ha sido “mecida” con talento, pese a darse cuenta en un momento dado que le han metido el dedo a la boca, no se enoja, termina por resignarse a su derrota y queda hasta contenta, reconociendo y admirando incluso el buen trabajo con hecho con ella. “Mecer” es un quehacer difícil, que requiere talento histriónico, parla suasoria, gracia, desfachatez, simpatía y sólo una pisca de cinismo.
Detrás del “meceo” hay, por supuesto, informalidad y una tabla de valores trastocada. Pero, también, una filosofía frívola, que considera la vida como una representación en la que la verdad y la mentira son relativas y canjeables, en función, no de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre las palabras y las cosas, sino de la capacidad de persuasión del que “mece” frente a quienes es “mecido”. En última instancia, la vida, para esta manera de actuar y esta moral, es teatro puro. El resultado práctico de vivir “meciendo” o siendo “mecido” es que todo se demora, anda mal, nada funciona y reinan por doquier la confusión y la frustración. Pero eso es una consideración mezquinamente pragmática del arte de mecer. La generosa y artística es que, gracias al meceo, la vida es pura diversión, farsa, astracanada, juego, mojiganga.
Si los peruanos invirtieran toda la fantasía y la destreza que ponen en “mecerse” unos a otros, en hacer bien las cosas y cumplir sus compromisos, este sería el país más desarrollado del mundo. ¡Pero qué aburrido!
Tomado de: Mario Vargas Llosa, “El arte de mecer”, en EL COMERCIO, 21 de Febrero de 2010, p. a4
martes, 23 de marzo de 2010
Conchudez I
No hay cosa más conchuda que hacer la segunda, tercera...sexta o alguna progresión aritmética o geométrica de algo, no sólo como en las películas sino también los músicos, no sé, desde Alejandro Sanz, Gianmarco hasta Mar de Copas siempre ponen a sus terceras producciones adivinen… III, jajaja que pasa ¿no es muy original no?, hoy quería ser algo más conchudo y ¿por qué no serlo?, no se necesita ser político, presidente, conductor de noticieros matutinos como el federico, o el pitucon del dos, o chemo del solar, o tanta gente conchuda de a pie o a combi, orinando o comiendo, como esa gente que come ceviche en bolsa o hamburata en la combi un día de verano a las dos de la tarde enterrados en algún congestionamiento vehicular, puesto que a algún alcalde conchudo cerca a las elecciones busca hacer todas las obras que no hizo en un año, me paso una vez que iba en la 73, justo en el semáforo sale un obrero a las 11 am y estira su cinta amarilla de (o ¿te?) estamos trabajando, por lo que termine perdido por el Rímac con toda la tripulación, que más conchudo decir que en mi promoción de colegio el tesorero se tiro los fondos, así que nos tuvimos que ir a Huaraz en la 73, luego claro la hija del tesorero también fue, que más conchudo que Alan, Montesinos, Fujimori y Abimael, estos encima son cachacientos...Kouri quiere ser alcalde!!! y lo de ¿la vía expresa del Callao? y ¿lo de su hermano?…"yo soy su hermano pero no sé nada", y Lourdes pa alcalde, que conchuda con los de su partido y con nosotros si todos sabemos que quiere hacer campaña en Lima pa ser presidente a lo Bachelet, a propósito vieron viña del mar? bailando y cantando, o intentándolo, con muy mala fortuna por cierto, la música peruana, que conchudo Américo, que así se llama su chichero, que conchudo su festival, que conchudo su teletón de chile salva a chile, mientras se veían los saqueos, que conchudo Obama, Zapatero, Rajoy, Osama, Fidel, Berlusconi, el Ban Ki Moon, ta mare que conchuda era la gente...esto era un mito, eh algo así como cuando vas creciendo y piensas que el adulterio, el robo y la mentira son transgresiones a la ley, y luego te das cuenta que son la ley, que conchudos eran todos los moralistas...Recuerdo y volviendo a la música que cuando iba de campamento durante la universidad, nos quitábamos generalmente a markawasi pero algunas a Canta, así que pasábamos revista de lo indispensable para una semana de "camping" ronaldo, macera, pasita, chelita, fallos...mi radio, cariñosamente "la cucarachera" y los cassets de rigor, megadeth, manu chao, the doors, rafo raez, leuzemia, depeche mode y Ángela carrasco, ¿qué pasa? me gusta y todo pruebo...es lo que tenía que decir a mis patas que en medio de la borrachera alrededor de la fogata no sabían si vomitar, botarme o reírse...pero esas tonterías no sólo hacen los adolescentes que fuimos, sino Baily, Baruch y la chibola escritora, que conchuda la people en ese callejón televisivo que sentimos tan cercanos, tan familiar, tan normal y natural no es asi? Hermanos urracos, las webadas que tengo que escuchar en Perú que ni Tarantino en sus mejores trances alucinaría…mi madre me contaba acerca de una tía muy querida por nosotros que cuando estaban en alguna reunión se tiraba uno que otro pedo, los invitados decían que que mal huele el desagüe, el ambiente, la humedad, y así iban descartando, hasta que llegaban donde ella y ella decía liberadamente que sí, que fue ella la del pedo, pero que querían que haga? No le iba a estar doliendo la panzita durante la fiesta no? A lo Marisola Aguirre Así que algo así hare aquí, dejare un poema que puede tener casi 15 años o más, que siempre me sale por algún lugar el papelucho y pues ¿Por qué lo debo cargar siempre yo? Mejor ustedes ¿no creen?, y por ahí tengo un par más, también tengo derecho a contaminar, aunque sea un tercermundista y recuerden esto es como las venéreas, prometen secuelas…como los médicos peruanos, paguen su seguro carajo, recuerdan al anciano que le amputaron una pieran por error ¿horror? y al niño que le dieron una pata hecho de palo de escoba, que recon...traconchudos, rogemos que no caigamos en el Casimuero Ulloa
Y no olvides “si la vida te da la espalda, agárrale el culo”
Te vas y tu recuerdo
Será una herida abierta
Que nunca deseare sanar
Intentare olvidarme de ti, de mí, de nosotros
Viviré como si nunca hubiésemos existido
De vez en cuando en mi amnesia forzada
Oiré imágenes remotas
De tus risas, de tus ojos, de tu rostro
Las sacare presuroso de la mente
La perderé entre otras cosas
Te confundiré con otras hembras hermosas
Tropezare a veces por la calle
Con nuestros recuerdos traviesos
Los reconoceré felices y únicos en el mundo
Me señalare feliz
Tan feliz como pudiste hacerme
Te vas y te debo tanto
Que no comprendes que son pocos ya mis días para pagarte,
Los intereses devoraron nuestro tiempo
Me enseñaste tanto que olvide el cuanto
Te vas y parte de mi vida se irá contigo, pero aunque quisiera que siempre formara esto parte de mi vida, necesito yo también que se muera…
Y no olvides “si la vida te da la espalda, agárrale el culo”
Te vas y tu recuerdo
Será una herida abierta
Que nunca deseare sanar
Intentare olvidarme de ti, de mí, de nosotros
Viviré como si nunca hubiésemos existido
De vez en cuando en mi amnesia forzada
Oiré imágenes remotas
De tus risas, de tus ojos, de tu rostro
Las sacare presuroso de la mente
La perderé entre otras cosas
Te confundiré con otras hembras hermosas
Tropezare a veces por la calle
Con nuestros recuerdos traviesos
Los reconoceré felices y únicos en el mundo
Me señalare feliz
Tan feliz como pudiste hacerme
Te vas y te debo tanto
Que no comprendes que son pocos ya mis días para pagarte,
Los intereses devoraron nuestro tiempo
Me enseñaste tanto que olvide el cuanto
Te vas y parte de mi vida se irá contigo, pero aunque quisiera que siempre formara esto parte de mi vida, necesito yo también que se muera…
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sábado, 9 de enero de 2010
No es más que un hasta luego
Pronto partire, debo irme, viajar al extranjero es como morir, el “cuidate” de la familia en el aeropuerto imagino similar a tu velorio, en fin ya sabemos que la vida es un largo viaje, y la muerte es solo una estación...
Llegue hace tres meses de España con secretas ilusiones, proyectos y esperanzas, y dentro de poco partiré. Seguramente como todo peruano pensaremos inmediatamente que me voy derrotado con el rabo entre las piernas, como un perro peruano asustado, es decir un perro calato; o tal vez pensaremos que me saque la tinka, ninguna pues...
Es cierto, nos conocemos, y sabemos aunque sea inconcientemente que el peruano es un ser de extremos, que por ejemplo cuando toma no es para saborear sino para perder el conocimiento, tenemos tantos vicios, no hablemos de la sociedad sino individualmente, muchos vicios, y luego nos quejamos que en el exterior nos vean mal, entre Laura Bozzo y nuestra criollada pues somos, la verdad personas desordenadas y problemáticas, sino nos soportamos nuestras envidias, maleteos, matonismo y conchudez como esperamos que los de afuera nos soporten, sino pregúntenle a los bolivianos.
Basta que vean como nuestro futuro, nuestros estudiantes de promoción parten los muros de chan chan a patadas y pedrones, nuestros colegiales en su mayoria son unos tirapiedras, eso sin hablar de las barras bravas (que absurdo seguir a esos clubes, dirigentes e incalificables jugadores; desde esos pirañitas mal nutridos hasta esos que se creen Beckham porque juegan en Europa donde son uno más y donde aqui nunca ganan nada). O de los pitucos que sólo se forman en su visión feudal del Perú. Soy profesor y en estos meses he escuchado entre ellos, el máximo insulto, serrano y cholo; y a ellas, que les desagrada que sus enamorados eyaculen en su rostro, hablo de chicos de 14 años.
Me fui lleno de orgullo de mi raza, de la voluntad peruana, ese querer y sobrevivir en este edenico infierno, volví y la voluntad del pueblo seguía firme, mientras que en Europa había crisis económica, aquí no, bueno toda mi vida en Perú no he visto, no conocemos otra cosa que las crisis. Pero había, hay dinero, luego de meses creo que he comprendido el por que, se debe al boom minero y tal vez a la gastronomía peruana.
Recuerdo que hace unos diez años pasaron un reportaje en el canal 2, sobre disneyworld y de pronto el reportero se topo con un conductor o actor famoso en nuestro medio, ya saben en aquel entonces como ahora casi, un blanconcito pituco que seguramente no conocerá collique o villa el salvador, sino que comía en el Kentucky o el mc donalds, ya saben otro de esos desadaptados que no tiran piedras pero que te meten el carro, como chalán con su caballo si te cruzas en su camino, en su vía expresa.
Bueno este actor, estaba en disneyworld vendiendo cevichito al paso, con su indumentaria de chef a un lado de camino, con su carreta, de Disney obvio, vendía su cevichito de a dólar.
Y es que esa es la historia del Perú, no me sorprendió oír de Acurio o de mixtura, después de algunos años de comer fuera confirme lo que ya intuía, lo que intuimos todos, nuestra riqueza es infinita, no solo natural, sino principalmente cultural. Esto en economía lo señala Hernando de Soto en el “misterio del capital”.
Ahora todos quieren ser chefs, desde los exclusivos barrios hasta los arenales de los conícolas, pero ¿esa comida de donde sale? ¿De la mixtura de nuestras razas? Puede ser pero también cuenta esa voluntad peruana que les comente, ese querer sobrevivir.
Mi padre que compite con mi madre en la cocina, se queja de que todos los pitucos ahora quieren cocinar, y si pues, se ve que ahora hablan de la cocina novoandina y traen carpachos de pulpo y risotos de arroz verde indio, que por un lado esta bien pero por otro parece que no entienden aún el secreto del éxito de nuestra comida, gracias a Dios que no llega aun aquí la comida experimental, química, que tiene un gran auge en España, esa que cocinan rociando nitrógeno liquido y gelatinas de hormiga o que sé yo.
No entendemos pues, nuestros pequeños éxitos y nuestros grandes fracasos, ¿Para que? Perú siempre tendrá algún recurso, algo para explotar, vender o alquilar, ¿no?
Recuerdo que un día vagaba, hace unos ocho años, con mi amigo Rahuiro por una feria de artesanías de esas que ponen en el Campo de Marte, viendo tejidos ashaninkas, saboreando un vaso de a china de chicha de jora, con mi olfato saturado de humitas, pachamancas y cuyes fritos chactados, mirando una cabeza de chancho que custodiaba sus carnes fritas de ese chicharrón con mote, volví el rostro y me encontré con los bolsos serranos, la artesanía, de esos cristos de arcilla grotescos, y le dije a mi amigo, oye estas cosas son tuyas, son también mías, son mis colores y mis olores, nuestras texturas, ninguno otro humano las puede reclamar ni sentir como nosotros, sus creadores.
Y recordé otra feria, de esa que ya no hay, la feria del hogar, recuerdo que cuando tenia diez años me tropecé con otro niño en el pabellón de los espejos, y lo vi rubio y blanco, y me di cuenta que yo no era como él, que yo no era como lo que salía en la televisión, ni mi familia, ni mi casa, ni mi barrio, ni la mayoría del país.
Ese país que siempre tiene un as bajo la manga, algún recurso para alimentarnos, a nosotros pero sobre todo a la burocracia, al gobierno de turno, a la pandilla rankeada, a la portátil del caudillo del momento.
Desengáñate, el Perú es una colonia, y todo aquí esta pensado para colonizarte, todo, desde la educación – filosofía, hasta la medicina – gastronomía. Todo. Largo, estupidizante y desestupidizante puede resultar los ejemplos indignanes que podría poner aquí, el famoso vaso de leche, ese que cae mal a todos los niños peruanos, que los botan o les causa cólicos o gases, o diarreas; que los pobres padres de familia reclaman, pero que en realidad como mencione, no cumple su función mas que la de llenar el estomago, puesto que carecemos de la enzima que degrada la leche, o la tenemos en poca cantidad, la enzima se llama lactasa y los humanos de origen asiático no toleran por ello la leche. Tantos años, dinero, luchas para algo tan estúpido, teniendo productos de los andes que llenarían nuestra necesidad de proteínas mejor y más barato, pero quien sabe, y ese es el problema, aquí nada esta estudiado, medido o pensado, sino es para saquear nuestros recursos, ¿sino? ¿Para que sirven nuestros trenes?, son sólo para transportar materias primas, minerales que como el plomo matan la oroya y el callao con niños enfermos y subdesarrollados, envenenados de plomo con un promedio de vida de 25 años. O el gas vehicular, que desde lo profundo del Cusco tiene una tubería hasta la avenida universitaria, un cañito directo para el amigo de Toledo, total siempre habrá algo que explotar.
Me da risa ahora que se promociona el Pisco, o el anticucho, comida de esclavos, hecho de sobras que ahora si sentimos nuestros y lo reclamamos, porque es cierto, los humanos necesitamos que otros nos digan que está bien o mal de nosotros, “El infierno son los otros” decía Sartre, no conocía Perú sino sólo Dios sabe que hubiera dicho.
Nuestra comida no es lo único, antes rechazábamos nuestra gastronomía, que por cierto la llamamos comida y no gastronomía, pero no es lo único valioso, rentable y marginal que tenemos. Ahí esta nuestra música, la cumbia peruana, jaja, claro pensaremos en los yaipen, en agua marina, en tony rosado, y hasta ahí y algo más aceptaremos, pero si te hablo del cuarteto continental, de guinda, de chacalon, pues deformaras aun mas tu rostro y dirás aaaaaaaaaggh o peruanamente dirás, desconozco señor, ¿que es eso?. Pues chacalon para mi es un genio, tendríamos que valorarlo como hacen los mojarras o los argentinos con su bailanta pero ellos son rubios, ahí si no?, pero seguro no oirías a esos cholos, por otro lado, Mar de copas, Uchpa, Los resortes y tantos buenos grupos, reducidos a quilca en fin, busca pe` lo que digo es que musicalmente tenemos otro boom sino "ya se ha muerto mi abuelo" y las miniseries de chacalon, dina paucar, el grupo 5.
Hace años vagaba con una amiga venezolana por Barranco y me dijo a la puerta de una galería de arte, que chévere, una mamacha tirada en el suelo vendía artesanías, mientras que dentro había una ruma de piedras, la veneca me dijo, esto debería ir adentro y lo de ahí, afuera.
En artesanía, nuestra capacidad y sensibilidad son de leyenda, sino lean los cronistas acerca de como aprendían los jóvenes cusqueños las técnicas traídas del viejo mundo, o sino ahora en Ancash, las misiones italianas y los trabajos en ebanistería.
En pintura, Amaringo y Humareda, que tanto Szyslo, es bueno pero no es lo único y ya se nos va, ¿ama que? ¿huma...que?. Todos los domingos algún reportaje sobre el pintor abstracto, y ¿nuestros jóvenes valores en el arte?, pues dando saltos mortales en algún semáforo frente a las combis.
Y en letras, que mal se siente no tener poetas, Vallejo cuanta falta nos haces, me solidarizo contigo maestro en tu exilio forzado por los mediocres de el comercio, aunque deteste a los poetas, de esos que me hablan de tortugas cojudas o de esas laureadas poetisas que me hablan de su vagina y de los pelos de su concha. Tanta falta nos haces hermano, pero mejor que no hayas visto, lo que ni Dante soportaría, nosotros condenados en vida, tenemos esperanza, es lo único que poseemos, porque ni nuestros cuerpos, ni nuestras vidas nos pertenecen; y claro que por supuesto nuestras mentes son las de otros, así pasa cuando sucede.
No soy un renegado ni un llorón, soy de esa generación que vivió el terror, la guerra civil, el terrorismo y al pelotón, de esos niños comunistas sectarizados y de esos niños con pasamontañas y uniforme verde, entre sus balas y explosiones que iluminaban el cielo de apagón, vi esclarecer mi niñez y adolescencia, he sufrido el ataque de una combi y su mataperro al estilo mad max, he conocido estar enfermo en Perú. Pero no me quejo
Me fui orgulloso de mi patria, sintiéndome feliz y agradecido de los que conocí, como renegar del Ramiro y su huyro, del Zeta y su ayahuasca, del motupano el burra, del manolo barrios, del Nero cavero, promesa de las letras peruanas, como la hora peruana, del arrogante Vassallo, de la guerrera Vero y de mis compañeras, de mi viejo el todo terreno, de mi madre “la chulucana” guerrerasa también, de mi hermano el punk y su sucio policía verde, de mi hermana la pituca de barrio de la harvartin y el Tekendama.
MI profesor y amigo vassallo decía que para que este país salga adelante, debe existir más filósofos que abogados y creo que es cierto, cumplo mi papel, por el amor y el recuerdo a aquellos tiempos, cuando bailábamos al ritmo de la canción, un terrorista, dos terroristas, mira tú...nuestra fuerza, jugábamos con la muerte, nos distrajimos con ella, nos cagabamos de risa, como con pirulin, mi demente amigo de generales, Danilo, que estará haciendo ahora en Italia. O la Mila, la Munrita y el perrolo, en esas bombas de la plaza Francia, la andrógina Andrea, Guillermin etc. O los amigos del trabajo como el impresentable Oswaldo, el blancon ojos verdes de barrios altos que se dice admirador del tercer reich, y que cuando lo acusaron de racismo en el trabajo, enfurecido se levanto y expreso “que como va a ser racista si es nuestro amigo”.
O el ultra ateo revolucionario de monchito, que gritaba en una conferencia que Dios no existe, en medio del terremoto de 7.9, se persigno y abandono el auditorio corriendo jajaja.
Pero escribí esto no por comentar algo mi vida, la vida en Perú, sino porque al llegar a Perú, percibí cierto olor a muerte, cierta quietud previa algún temblor, lo que pasa es que en un par de años, Perú es ultra violento y hasta el día de hoy no entiendo porque la violencia se centra en Trujillo y no en Chimbote o Chiclayo, me comentaba un amigo que todos los asaltantes de Lima estan allá, por eso aquí no vemos la violencia de bandas que habían antes, solo hay pandillas y barristas. El punto es que deduciendo un poco, teniendo como premisas el escenario mundial y regional, lo más probable es que Perú se farcalize, se vuelva como Colombia o México, cuando estas bandas se conecten con el narcotráfico al norte, el "¿terrorismo?" hijo de la miseria de la sierra y el sur, las bases estadounidenses presionen Colombia y Venezuela, Bolivia entre a un boom económico con el salar de Uyuni, Chile necesite agua, esto sin mencionar los cambios económicos y ecológicos que experimentara el Perú por el deshielo de sus nevados, -tendremos que ser muy fuertes para soportar eso, sin nevados, ríos e hidroeléctricas ¿que será de nosotros?-. En fin, el gobierno nacional o local lo único que hace es tirar cemento sobre el territorio pero no nos prepara para el futuro, no tenemos planes nacionales, no tenemos una finalidad, sobrevivimos, luchamos, pero lo que nos falta es el objetivo, la razón de ser, no basta con ser, ese es nuestro gran problema nacional. Tal vez querer que Perú será un país normal, y nosotros un gran pueblo más que una utopia sea una estupidez, pero precisamente debemos creer, luchar no sólo por nosotros sino por la humanidad, el mundo necesita esperanza y nosotros poseemos ello.
Hace unos días logre ver la Teta asustada, y pues sí, hay razón en mucho de ello, de alguna manera plasma esa película lo que he escrito aquí, la vi porque vi madeinusa, y aunque sigo pensando que los criollos se aprovechan hasta de los huaynitos que crea una campesina traumada e ignorante en la ficción, creo que así somos un poco todos nosotros. Aquí me entere que unos hijos de ¿qué? del canal N se burlaron de Magaly Solier diciendo que ella esta invitada a Berlin pero para vender ponchos, no sé quienes son, ojala pueda verlos en youtube y ojala algún día pueda escupirles la cara mi desprecio. Junto a Pietro Sibile, Magaly Solier ha filmado una película acerca de inmigrantes en España, ese actor en “Los días de santiago” nos muestra un Perú que todos debemos ver. En fin, esto a su vez me hace pensar en el boom del cine peruano, pero no el limeño, sino ese que se hace en el sur, en ayacucho y puno, cine artesanal y provinciano, generalmente de terror, ahora mismo tengo un cd de una película anglo peruana de terror donde actúa Eva Ayllón, pero seguramente no nos interesara lo que nuestra cultura haga, total son cosa de cholos, de plebeyos en esta colonia, solo cuando los de afuera digan que algo nuestro valga, recién lo empezaremos a valorar, recién empezaremos a valorarnos, como sucedió con nuestra gastronomía.
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sábado, 2 de enero de 2010
Mundo combi
Cobradores, choferes, dateros, jaladores y pasajeros conforman el improvisado universo que se desplaza a la velocidad de la luz en un diminuto y enclenque vehiculo. La combi, con sus códigos y personajes, es parte innegable de nuestra cultura. Todos las odiamos. Todos hemos viajado en una y probablemente todos volveremos a apretujar nuestros cuerpos en esas maquinas de espanto.
Viajar en combi es un suplicio que la mayoría de peruanos debe soportar cada día: una procesión de disgustos, maltratos y el riesgo constante de perder la vida en una carrera con la muerte como copiloto. El vía crucis empieza con el llamado imperativo y la posterior sumisión ante el jalador, ese vehemente personaje surgido en los oscuros años noventa y que vive, literalmente, atarantando y jaloneando a los transeúntes. Él es el encargado de reclutar a los pasajeros y hacerlos ingresar a las celdas de transporte público en las que viajamos hacinados. La escena que se parece un poco a la del perro pastor ladrándole a las ovejas que, aterradas, no tienen más alternativa que obedecer con las orejas gachas.
Una vez adentro, el pasajero-recluto intentara apoyarse en cualquier bulto, hombro o cadera que pueda servirlo de asiento antes de que la bala perdida vuelva a acelerar la marcha para esquivar personas, autos y señales de transito como si fueran asteroides. Así, semisentado, con las rodillas rozando las rodillas de otros, y la seguridad de estar respirando la humanidad entera de todos ahí adentro, intentara relajar la mente con pensamientos que no estén relacionados con una muerte trágica en manos de un chofer con decenas de papeletas en la guantera. “¿Con cuantas vértebras menos se tendrá que nacer para sentirse cómodo doblado en tres?” ¿Por qué luego de una hora de camino la famosa “posición fetal” se transforma irremediablemente en “imposición fatal”? ¿Cómo se arreglan los altos, los gordos y las personas con artrosis?, son algunas de las preguntas que pasan por su cabeza como frenazos en la ruta.
Bajo sus reglas
Ingresar al mundo combi también significa reconocer la legislación que tanto chofer como cobrador han establecido en su dominio de cuatro metros y medio de largo, un metro sesenta de ancho y uno cuarenta de alto. Ahí esta regulada la figura del datero, el encargado de informar a cuanto tiempo se encuentran las otras unidades con la misma hoja de ruta, tarea por la que recibe 10 céntimos. Si dice, por ejemplo, “2-3-3” significara que la ultima combi acaba de pasar hace dos minutos y eso, teniendo en cuenta que la distancia entre una y otra debe ser de cinco, es una falta llamada “chantarse”, que consiste en detener el auto hasta que se llene de gente.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. Existe una modalidad como conocida como. “sacar la huaracha” y que no es más que brindarle un dinero adicional al datero para que no informe o informe mal sobre la distancia del vehiculo que va adelante. Felizmente están los “contradateros”, defensores de la verdad y especialistas a la hora de identificar datos falsos.
Dentro de este sinfín de normas, personajes y mañas, el pasajero solamente se ve beneficiado con la popular “china”, como improvisado medio pasaje; y por la “luca”, como pago único para buena parte de los trayectos. Aparte de esto todo son pésimas noticias para él, ya que la tripulación aprovechara para maltratarlo por varias de sus características personales, como llevar uniforme escolar, estar apurado, buscar comodidad, ser mujer, contar con una estatura superior a la del promedio, no tener sencillo, querer bajar de la combi en los lugares correctos y fantasear que, como en otros países, el transporte público en el Perú puede fungir como sala de lectura improvisada.
Jerga sobre ruedas
“apéguense y asencillando pe, que no tengo ni ´chinas´(monedas de cincuenta céntimos) ni ´ferros´ (monedas de diez céntimos). No me la pongan difícil pagando con ´cheques´(billete de diez soles)”, le advierte el cobrador a sus pasajeros. Si alguno de ellos no estuviera bien entrenado en el léxico que se maneja en una combi, es más que seguro que no entenderá ni una sola palabra de lo citado anteriormente.
Para Julio Hevia, psicoanalista, comunicador y autor del libro “¡Habla jugador!”, las jergas que nacen en determinados segmentos de la sociedad establecen una identidad ante la colectividad y marcan diferencias con otros grupos. Las combis, con sus odiados personajes, no son la excepción. “Estos sujetos terminan incluyendo variantes expresivas, anecdóticas y fraseos que solo ellos entienden. ¿Quién podría entender el termino ´pie derecho´ su es que no ha viajado en una combi o no vive en este país?”, sentencia. Es cierto, el Perú ya no es más el Jirón de la Unión ni el parque Kennedy. Costa, sierra y selva están resumidas en este pequeño auto que rompe las reglas a toda velocidad.
¿Habla vas? Diccionario de ruta
Apégate: Orden del cobrador para que se haga un espacio donde ya no lo hay
Asencillame o sencilleame: Pagar con sencillo o cambiar billetes
Cabecear: Meterle el carro a otro
Camello: Combi cuyo techo a sido modificado para poder llevar más pasajeros de pie. Hay una versión más redondeada llamada “huevo”
Chantarse: Cuando el chofer disminuye la velocidad para esperar pasajeros
Chiquita: Corte de camino
Huarachear: Acción en la que una combi decide dar vuelta en U antes de llegar al final de su ruta
Lleva, lleva, lleva: Aviso del cobrador para que el chofer avance
Pampa: Anuncio del datero cuando puede haber varios pasajeros por recoger
Pase: Pasajero que por ley no paga pasaje
Perreo: Indicación del datero cuando dos unidades están compitiendo a gran velocidad
Plancha: Unidad con todos los pasajeros sentaos. Ninguno de pie
Plomo: Escolar. Usuario que esta por mucho tiempo en la combi, ocupando un sitio
Sopa: Combi repleta de gente
La ética del combista
Manejaras como una bestia.
Sólo serás prudente frente al patrullero.
Diez luquitas siempre en la guantera…para coimear.
Trataras al pasajero como si fuera ganado. No olvides que gracias a ti él puede llegar a su destino.
Antes que respetar al prójimo, mejor meterle el carro y le ganarás pasajeros.
Recuerda: no hay paraderos para bajar, pero cualquier lugar sirve como paradero para subir.
Saca tu SOAT sólo depuse que te pare un guardia.
Nunca pagaras las multas. Y si te quieren obligar, harás un paro de transportistas con el resto de tus compañeros.
Tomado de: Rafael Robles, “Mundo Combi”, en “La República”, 11 de octubre del 2009, Domingo, pp. 8 - 9
Viajar en combi es un suplicio que la mayoría de peruanos debe soportar cada día: una procesión de disgustos, maltratos y el riesgo constante de perder la vida en una carrera con la muerte como copiloto. El vía crucis empieza con el llamado imperativo y la posterior sumisión ante el jalador, ese vehemente personaje surgido en los oscuros años noventa y que vive, literalmente, atarantando y jaloneando a los transeúntes. Él es el encargado de reclutar a los pasajeros y hacerlos ingresar a las celdas de transporte público en las que viajamos hacinados. La escena que se parece un poco a la del perro pastor ladrándole a las ovejas que, aterradas, no tienen más alternativa que obedecer con las orejas gachas.
Una vez adentro, el pasajero-recluto intentara apoyarse en cualquier bulto, hombro o cadera que pueda servirlo de asiento antes de que la bala perdida vuelva a acelerar la marcha para esquivar personas, autos y señales de transito como si fueran asteroides. Así, semisentado, con las rodillas rozando las rodillas de otros, y la seguridad de estar respirando la humanidad entera de todos ahí adentro, intentara relajar la mente con pensamientos que no estén relacionados con una muerte trágica en manos de un chofer con decenas de papeletas en la guantera. “¿Con cuantas vértebras menos se tendrá que nacer para sentirse cómodo doblado en tres?” ¿Por qué luego de una hora de camino la famosa “posición fetal” se transforma irremediablemente en “imposición fatal”? ¿Cómo se arreglan los altos, los gordos y las personas con artrosis?, son algunas de las preguntas que pasan por su cabeza como frenazos en la ruta.
Bajo sus reglas
Ingresar al mundo combi también significa reconocer la legislación que tanto chofer como cobrador han establecido en su dominio de cuatro metros y medio de largo, un metro sesenta de ancho y uno cuarenta de alto. Ahí esta regulada la figura del datero, el encargado de informar a cuanto tiempo se encuentran las otras unidades con la misma hoja de ruta, tarea por la que recibe 10 céntimos. Si dice, por ejemplo, “2-3-3” significara que la ultima combi acaba de pasar hace dos minutos y eso, teniendo en cuenta que la distancia entre una y otra debe ser de cinco, es una falta llamada “chantarse”, que consiste en detener el auto hasta que se llene de gente.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. Existe una modalidad como conocida como. “sacar la huaracha” y que no es más que brindarle un dinero adicional al datero para que no informe o informe mal sobre la distancia del vehiculo que va adelante. Felizmente están los “contradateros”, defensores de la verdad y especialistas a la hora de identificar datos falsos.
Dentro de este sinfín de normas, personajes y mañas, el pasajero solamente se ve beneficiado con la popular “china”, como improvisado medio pasaje; y por la “luca”, como pago único para buena parte de los trayectos. Aparte de esto todo son pésimas noticias para él, ya que la tripulación aprovechara para maltratarlo por varias de sus características personales, como llevar uniforme escolar, estar apurado, buscar comodidad, ser mujer, contar con una estatura superior a la del promedio, no tener sencillo, querer bajar de la combi en los lugares correctos y fantasear que, como en otros países, el transporte público en el Perú puede fungir como sala de lectura improvisada.
Jerga sobre ruedas
“apéguense y asencillando pe, que no tengo ni ´chinas´(monedas de cincuenta céntimos) ni ´ferros´ (monedas de diez céntimos). No me la pongan difícil pagando con ´cheques´(billete de diez soles)”, le advierte el cobrador a sus pasajeros. Si alguno de ellos no estuviera bien entrenado en el léxico que se maneja en una combi, es más que seguro que no entenderá ni una sola palabra de lo citado anteriormente.
Para Julio Hevia, psicoanalista, comunicador y autor del libro “¡Habla jugador!”, las jergas que nacen en determinados segmentos de la sociedad establecen una identidad ante la colectividad y marcan diferencias con otros grupos. Las combis, con sus odiados personajes, no son la excepción. “Estos sujetos terminan incluyendo variantes expresivas, anecdóticas y fraseos que solo ellos entienden. ¿Quién podría entender el termino ´pie derecho´ su es que no ha viajado en una combi o no vive en este país?”, sentencia. Es cierto, el Perú ya no es más el Jirón de la Unión ni el parque Kennedy. Costa, sierra y selva están resumidas en este pequeño auto que rompe las reglas a toda velocidad.
¿Habla vas? Diccionario de ruta
Apégate: Orden del cobrador para que se haga un espacio donde ya no lo hay
Asencillame o sencilleame: Pagar con sencillo o cambiar billetes
Cabecear: Meterle el carro a otro
Camello: Combi cuyo techo a sido modificado para poder llevar más pasajeros de pie. Hay una versión más redondeada llamada “huevo”
Chantarse: Cuando el chofer disminuye la velocidad para esperar pasajeros
Chiquita: Corte de camino
Huarachear: Acción en la que una combi decide dar vuelta en U antes de llegar al final de su ruta
Lleva, lleva, lleva: Aviso del cobrador para que el chofer avance
Pampa: Anuncio del datero cuando puede haber varios pasajeros por recoger
Pase: Pasajero que por ley no paga pasaje
Perreo: Indicación del datero cuando dos unidades están compitiendo a gran velocidad
Plancha: Unidad con todos los pasajeros sentaos. Ninguno de pie
Plomo: Escolar. Usuario que esta por mucho tiempo en la combi, ocupando un sitio
Sopa: Combi repleta de gente
La ética del combista
Manejaras como una bestia.
Sólo serás prudente frente al patrullero.
Diez luquitas siempre en la guantera…para coimear.
Trataras al pasajero como si fuera ganado. No olvides que gracias a ti él puede llegar a su destino.
Antes que respetar al prójimo, mejor meterle el carro y le ganarás pasajeros.
Recuerda: no hay paraderos para bajar, pero cualquier lugar sirve como paradero para subir.
Saca tu SOAT sólo depuse que te pare un guardia.
Nunca pagaras las multas. Y si te quieren obligar, harás un paro de transportistas con el resto de tus compañeros.
Tomado de: Rafael Robles, “Mundo Combi”, en “La República”, 11 de octubre del 2009, Domingo, pp. 8 - 9
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