Hable aquí hace cuatro semanas de dos figuras de madera policromada que están en mi casa, y conté como una de ellas –un gaitero escocés- llego hasta aquí no porque me gustara, sino por no querer yo separarlas de su compañera –una especie de edecán hindú-, con la que habrían compartido escaparate durante muchos años en la vieja tienda de la que las rescate. Supuse que la confesión de esta puerilidad me costaría algunas burlas, pero no ha sido así de momento. Es posible, por tanto, que haya más gente de la que imaginaba capacitada para entenderlas, y aun para atribuir a ciertos objetos inanimados –sobre todo si son muñecos- vidas suyas imaginarias. La hay sin duda entre las mujeres. A lo largo de mi vida he conocido a unas cuantas que, siendo ya adultas, no tenían reparo –claro está: una vez ganada confianza- en reconocer que seguían durmiendo con sus ositos de peluche recibidos en la infancia o incluso más arde. Alguna ha llegado a decirme que, de declararse un incendio en su casa, lo único que cogería antes de salir escopetada seria ese osito que lleva acompañándola desde su nacimiento, ya maltrecho y recosido. En lo que respecta a los hombres, sólo sé de dos amigos ingleses que siente adoración por sus osos, pero es probable que no sean los únicos. Semejante confidencia es casi inimaginable en varones españoles, aunque algunos tenemos todavía en mucho una espada descolorida o un casco de romano con los que libramos cruciales batallas.
Hace unos años, Sotheby´s celebro una subasta de viejos osos de peluche en Londres. Uno de los lotes se componía de trescientos noventa y ocho, nada menos, fechados entre 1914 y 1931 y que habían pertenecido a dos gemelos soldados: el coronel Sir Guy Capmbell, que había servido en los Kings Royal Rifles (60º Regimiento), y el Mayor David Capmbell, quien había formado parte de la Guardia Negra (Royal Highland Regiment). Habían nacido en 1910 y de niños pasaban sus vacaciones en la casa solariega de su abuela. Siempre jugaron juntos, y su juego preferido era la escenificación de famosas batallas a cargo de sus numerosos osos, sin desdeñar las navales, para las que construían elaborados galeones de cartón que los propios peluches tripulaban, previa planificación, en complicados dibujos, de lo que luego iban a escenificar. Tanto era su entusiasmo que la abuela, por Navidad, les regalaba invariablemente más miniaturas en vez de dinero, y siguió haciéndolo hasta su muerte, en 1931, cuando los gemelos ya contaban veintiuna los. Los casi cuatrocientos osos Vivian en una maleta, con la tapa cuidadosamente abierta para que no les faltara el aire. Como no podía ser menos, cada hermano tenía un oso favorito: el de Guy se llamaba “Young” y el de David, “Grubby”.
Los dos Capmbell combatieron y se distinguieron durante la Segunda Guerra Mundial, por la que cada uno paseo a su inseparable osito. Ambos fueron condecorados con la Military Cross. El entonces Capitán Guy Capmbell, en compañía del osito “Young”, estuvo al mando de una patrulla durante sus operaciones en el área del Nilo Azul, y así reza su mención: “En la primera acción del 9 de marzo de 1941 en Afodu, el capitán Capmbell fue el manifiesto inspirador del entero ataque de los nubios. Mostro un valor serenos y sensato y en todo momento condujo a sus hombres con acusados brío y determinación. En posteriores acciones en la misma zona, y en especial en la del 17 de mayo de 1941 al norte de Chilga, volvió a guiar a su compañía con empuje y valor sobresalientes, tomando con éxito la principal escarpadura, recibiendo una herida en la cabeza y abandonando su compañía sólo cuando le fue ordenado”. Por su parte, el entonces Teniente Segundo David Capmbell, asistido por “Gruby”, “mostro notables iniciativa y valor al conducir a su patrulla en la región del Saar (Francia), en mayo de 1940… a lo largo de tres semanas, y a menudo bajo muy intenso fuego de ametralladoras, la inventiva y el valor de este oficial fueron de primerísima categoría”. David estuvo a punto de perder a su oso “Grubby” cuando las tropas de Rommel lo capturaron en Saint-Valery. Los soldados nazis no daban crédito a sus ojos cuando, al registrarlo, el encontraron el peluche. Se lo arrebataron y se ensañaron con sus burlas. Pero entonces intervino un oficial alemán, quien al instante le devolvió a David su osito, considerando que no estaba bien “confiscarle a un hombre su mascota de la suerte”. Nunca más volvieron a estar separados, y “Grubby” acompaño a David al campo de prisioneros de guerra que fue enviado, en Laufen (Alemania), donde pasaron los tres años siguientes. David jamás olvido al extraño y compresivo gesto de aquel oficial alemán, al que guardo gratitud hasta su muerte. Quién sabe si este no tenía también un oso en su casa, al que no se había atrevido a llevar al frente.
He visto unas fotos de los valerosos gemelos. En una aparecen con doce o trece años, tocados con chisteras y con las manos en los bolsillos. En otra se ve a Guy con barba y turbante, uniforme colonial y el correspondiente pantalón corto. En la tercera, David lleva asimismo uniforme con Kilt – es decir, falda escocesa-, como toca a un miembro de la Guardia Negra. En suma, los dos, de adultos, aunque muy bravos soldados, nos enseñan las rodillas. Y ahora que lo pienso: turbante y Kilt, exactamente igual que mis figuras del edecán y el gaitero.
Tomado de: Javier Marías, “Ositos y soldados”, en “El País”, domingo 9 de noviembre de 2008, El país semanal, pp. 112
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario