A la luz de la percepción codificada y deformada que tenemos del universo real, parecía obvio que la mayor parte de la energía cerebral no se consumía interpretando fielmente lo que percibimos fuera. Resultados más bien pobres de tanto supuesto esfuerzo. Gracias a la neurología, ahora hemos descubierto que el cerebro utiliza gran parte de su energía, simplemente, para predecir, inventar e imaginar, configurando divisiones entre “ellos” y “nosotros”. Estamos contemplando estos días divisiones lamentables y supuestas entre habitantes de distintas comunidades autónomas. O agrupándonos en función de temores y quimeras. La pregunta ahora consiste en descifrar si podremos controlar esta manía cerebral y evitar respuestas irracionales e injustas hacia los demás. Se trataría de reconvertir la maquinaria cerebral para que se ocupara más de reflexionar sobre el futuro que nos espera y bastante menos sobre las cosas, las camisetas, el color de la piel, los dogmas que nos dividen.
Existen personas capaces de dar la vida por un equipo de futbol o quitársela a otros porque son de una etnia o nacionalidad diferente de la suya. Para quienes están lejos de estos conflictos, estas divisiones parecen extrañas. Pero cuando los viven desde dentro, resultan ser determinantes. Desde afuera se parecían el componente absurdo de esas pasiones: “no tienen ningún sentido”, decimos. Pero cuando se trata cosas sobre las que se tiene sentimientos viscerales, no resulta fácil tomar distancia.
Los perros forman manadas y los chimpancés son muy leales a su grupo, pero a diferencia de las personas, estos animales no deciden que los de otro grupo son buenos o malos en función de sus banderas, sino de intereses ciertos como el territorio o la selección sexual. Probablemente, somos la única especie que se comporta de un modo u otro en función de símbolos. Además, todas nuestras filiaciones se solapan. Tenemos más de una manera de clasificarnos: por nación, idioma, sexo o grupo de edad. Es fascinante también constatar que seguimos dividiéndonos en categorías humanas como el género o la etnia, pero no por otros raseros como zurdos o diestros o altos y bajos. Esto sugiere que se trata de una manera especial de pensar. Y el pensamiento, como el alma, esta en el cerebro.
El cerebro vincula el concepto de pertenecía a una categoría humana con un estado fisiológico concreto, emitiendo señales a las células que controlan los flujos hormonales o los latidos del corazón. Desde hace un tiempo ya se sabe que los niveles de testosterona de las personas que compiten en un deporte varían en función si ganan o pierden. Sin embargo, también aumenta en el caso de los seguidores de un equipo de futbol cuando este gana. Probablemente, se ha inflingido mas daño a causa de las lealtades de las personas a una tradición concreta, a una raza o a una religión que a causa del cambio económico. Sin embargo, todo el mundo dice que los ricos y las multinacionales son los culpables de los males que nos afligen, como la diferencia de clases o la pobreza. En una investigación reciente se ha podido comprobar como las personas que no creían en ningún tipo de racismo adscribían adjetivos positivos unos milisegundo antes a una clara blanca que a una cara negra cuando se las hacia desfilar por un video. Más sorprendente me ha parecido que bastase el color de la camiseta o de la gorra. Y además, bueno es saberlo, la gente acaba identificando una determinada cara por el color de la camiseta o del equipo al que pertenece. Se olvida del color que tenía su piel. La separación entre ellos y nosotros se establece ahora en función de la camiseta.
Tomado de: Eduardo Punset, “¿Por qué nos dividimos en grupos?”, en XL semanal, núm. 1.087, 24 de Agosto de 2008, pp. 50
martes, 15 de septiembre de 2009
¿Por qué nos dividimos en grupos?
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